Tiempos duros para el punk-rock. Post-etiquetas, sofisticación al poder, modas estéticas… es difícil salir al escenario a presentar canciones directas y crudas como los grupos de los 80 y los 90. De entre ellos, podremos acordarnos de la parte más cruda del llamado grunge, de Nirvana, de Melvins, de Mudhoney, al escuchar a los Rippers. Pero sin duda una influencia de todos ellos se encuentra por encima de todo, la de Wipers. Ese punk-rock directo y sucio, pero retorcido y melódico es clave para entender la renqueante propuesta de los catalanes, que en cualquier caso ya cuentan con una carrera dilatada en el underground y una personalidad formada.
Pero lo que si parecen alcanzar en «Fire Tractaät» es ese mágico equilibrio entre la dejadez punk y una oscura rigurosidad que los acerca al metal en temas como «Lovers Whirlwind» que nos recuerda a Therapy? o Turbonegro. La oscuridad y la tensión con gran protagonismo del bajo se prolonga en «Black Rats» y llega al ecuador de «Justice», antes de que estalle los terrenos del stoner-punk.
Agresiva y a dentelladas arrastradas se mueve «Again and again» que prefiere desgarrar al oyente poco a poco, con saña y temple, y dejar todo perdido de sangre mientras bailas a su ritmo. Y es que así es el sonido de Rippers, el de un punk-rock enfermizo, malsano y tozudo, una amalgama bestia entre los citados Wipers y Zeke. Las melodías afloran en los riffs en temas como la inicial «Take The City», punk-rock expelido con rabia vocal, un pelotazo bajado de revoluciones para acentuar su corrosión. También lo hacen en el dulce desgarro de «Lights».
Y en estos tiempos en que la cosa está tan de moda, no les duelen prendas en marcarse un par de números instrumentales. La primera es «Under Frozen Moon», que oscila entre la luminosidad y los ambientes más paranoicos. Después llegará «Doorway», algo más intrincada dentro de sus propios parámetros. «Unsheltered» ejerce como correcto cierre y compendio de las diferentes facetas de «Fire Tractaät», de momento punto álgido de una de esas grandes carreras (17 años ya) en nuestro underground que seguramente nunca tenga el reconocimiento merecido. Y también es uno de esos discos sin fecha de caducidad que a uno le gusta encontrarse en cualquier momento.