Pocas veces se asiste al nacimiento de un fenómeno que aporte algo nuevo y sustancial a lo que ya existía. En este caso el fenómeno –Ramper o, mejor dicho, su disco «Solo Postres»– es musical y netamente underground, pero no por ello deja de ser relevante para quien escribe esto y para quien pueda pararse un minuto a leerlo.
El cuarteto granadino ya había sorprendido con «Nuestros Mejores Deseos», un muy notable debut que mezclaba drone y shoegaze con sensibilidad emo y tempos de agonía slowcore. Esa chispa de genialidad queda ahora pulverizada por la ambición de un segundo álbum dramáticamente mejor cohesionado y que nos pone dificilísimo hablar ya de influencias. Siento tentación de recurrir al tópico de que «parecen otra banda» pero en realidad muchos rasgos definitorios se mantienen, solo que se amplifican tanto que parecen mutar; es el caso de la voz delicada, los coloristas arreglos orquestales y por supuesto, los largos desarrollos.
Este último asunto, el de la duración, es parte de la fuerte apuesta que Ramper hace con el oyente, de cogerse de la mano y no soltarse hasta que acabe el viaje. Hablamos de 7 canciones con una duración media de unos 9 minutos y esto no es ningún capricho de forma sobre fondo, pues nos atreveríamos a decir que las más largas son las que mayor satisfacción ofrecen. Hablamos, en definitiva, de un pulso al estilo de los últimos Swans, de subir una montaña que se antoja imposible pero una vez estás allí querrás quedarte a pasar el día y disfrutar de sus arroyos, de los cantos de sus pájaros y de sus árboles frutales.
Aterrizando a las canciones, el disco comienza en su punto más árido y es que tanto «Un Miembro Fantasma» como «Día Estrellado» son dos de los momentos que mayor paciencia demandan. La primera arranca acústica y tenebrosa, dejando claro lo mucho que ha madurado la banda, tanto a nivel instrumental como vocal. Va, entre guitarras y flautas, tejiendo un clímax épico y de sobrecogedora gravedad donde el ambiente medieval y los redobles de marcha de semana santa se entrecruzan con aires de música popular mexicana. El folk es, de hecho, una poderosa adición al sonido de Ramper y permea de arriba a abajo esta nueva obra. La segunda canción nos sumerge con campanillas y trompetas en la música de nuestra niñez, incluyendo un guiño a «Vamos a contar mentiras». Este es justo el leitmotiv de «Solo Postres», transportarnos al mundo de los juegos, la infancia, los sueños. Y si nos dejamos arrullar por este conjunto de nanas exquisitamente arregladas, desde luego que el objetivo queda logrado.
No caeré en el tópico de decir que el disco va de menos a más, porque cada canción contiene su propio microverso en el que regocijarse, pero sí que es cierto que el ecuador es la parte melódicamente más efectiva, esa que nos remite a los momentos de mayor dopamina de su debut («Amalola», te miro a ti). «Reina de Farolas», que podríamos considerar el single por una mera cuestión de brío, resulta encantadora con su traqueteo sintético y su fraseo vulnerable. Crujientes licencias del casi olvidado shoegaze y unas melodías vocales pegadizas procuran toda una sorpresa «pop» que desemboca primero en música de campamento y finalmente en ese jolgorio digno de Weezer. A continuación, «En Nuestros Últimos Días» se siente sanadora como un edredón en pleno invierno. Hace uso del sintetizador en favor de un clima lánguido, pero aportando un toque tremendamente emotivo con letras que quedan grabadas a fuego. El remate de «En nuestros últimos días, cuando tu memoria falle pero el cansancio no pese, quizá algo nuevo ocurrirá» solo se repite 2 veces, pero en nuestra cabeza son 20.
«Solo Postres», la canción, cumple a la perfección el cometido de un tema homónimo como representante del conjunto. Es tal vez la que de forma más directa remite al mundo de los sueños/pesadillas con inquietantes sintetizadores y secuencias musicales medio circenses, de nuevo llegando a un ambiente pastoral. También es seguramente el tema donde la voz se luce más en las inflexiones, haciéndonos pensar que lo de que este sea un disco de «post-rock» es un absurdo. Por si fuera poco, como inesperado anexo de esta aparece «Los Ojos de los Demás», una balada de folk tétrico-psicodélico liderado por una pandereta tan a la Velvet Underground y que de algún modo me recuerda también a un Chris Isaak en ansiolíticos.
Y el disco finaliza en el tortuoso trayecto que va del puro escalofrío a la explosión épica que es «Poderoso Puño» con una estructura algo más clásica y directa, sosteniendo la repetición mientras va subiendo la intensidad. Aquí vuelven a invocar a ese espíritu inconsciente de la semana santa, cerrando el disco con ecos a como comenzó. Ilustra bien una de las armas, valga la redundancia, más poderosas del disco: la posibilidad de hacer tuyas las canciones. Y es que la mayoría de bandas en la órbita post-rock de la que Ramper podría beber se mueve entre la comodidad de lo instrumental y el idioma anglosajón. No obstante, en «Solo Postres», las melodías vocales apuntalan complicadas composiciones y las letras, aún engalanadas de cierta mística, calan en el oyente dándole un chute de profundidad orgánica al conjunto.
En «Solo Postres», Ramper se convierten en una de las propuestas más estimulantes de un nicho experimental difícil de encuadrar (lo intentamos con post-rock, slowcore o folk de cámara pero nada casa) y que esconde belleza y esperanza bajo una forma oscura e inaccesible. Pero lo más celebrable es que lo hacen explotando una identidad propia y desmarcada de sus referentes anglosajones, algo que resulta casi tan mágico como ese reino de los sueños al que invitan a entrar.