Muy apropiado para ésta época del año se nos presenta este tercer disco de Queens of the Stone Age, banda que pasa por ser la gran esperanza del rock contemporáneo. Y apropiado porque el disco suena igualmente a verano que a resaca y nostalgia. Pero no nos equivoquemos, poca pachanga hay en esta rodaja de plástico y muchos riffs hard-rockeros aderezados con la urgencia del punk, la suciedad del blues y algo de la épica del heavy. ¿Es esto lo que vino a llamarse stoner-rock, género que engendraron Kyuss, algunos de cuyos miembros militan en QOTSA? Obviamente, aqui hay mucho más. Respecto a Songs for the Deaf hay dos cosas que casi todos los opinan: que es un gran disco y que es inferior (ligeramente) a su obra anterior, Rated R, considerado disco del año por muchas publicaciones especializadas. Lo que QOTSA proponen aqui es una nueva vuelta a las raíces del rock, y es que por los cortes del álbum planean The Doors, Hendrix, Frank Zappa, Led Zeppelin, AC/DC o Black Sabbath junto con influencias más modernas que podrían ir desde Faith No More, Hellacopters o Mudhoney pasando por todas las vertientes de lo que se vino en llamar grunge. Son canciones ásperas del desierto con un toque, a menudo agridulce marcadas por riffs asesinos e implacables.
Podemos constatar lo diferente que este disco es a todo el rock actual ya desde el primer single, No One Knows (no el más comercial desde luego) un tema dominado por la batería de… Dave Grohl, (que ya parece ser un miembro integral de la banda, más que mero colaborador). O en una de las que para mi es de lo mejor del disco, First Giveth, que empieza con un ritmo de batería furibunda y el estribillo torna en una escalada guitarresca de tintes heavies donde Homme espeta un himno tan pegadizo como aquel «Whatever you do, don´t tell anyone» del disco anterior, adhesivo hasta la enfermedad. La canción te deja con ganas de más, y es que es una de las pocas que no tiene un falso fin de esos muy del gusto de la banda.
Pero además de la contundencia tiene canciones de extrema belleza vocal e instrumental, como la mística The Sky is Fallin´, donde Oliveri fuerza la voz alcanzando un registro muy agudo e inusual llegando a recordar a las mejores peripecias de Crish Cornell. Hangin´ Tree, ya conocido por las Desert Sessions en el que la influencia del grunge se palpa (no en vano, ahí está a la voz Mark Lanegan ex-Screaming Trees). Aunque seguimos con la dulzura, en otros territorios nos pone Go With the Flow, una suerte de power-pop efectivo de toque retro que podría haber encajado igual de bien en la banda de Grohl. En una línea parecida, menos festiva se sitúa Gonna Leave You, que podría ser obra de unos Ramones intoxicados con el esíritu de Bowie. En cuanto a Another Love Song, es una canción de amor punk, cuya música evoca un ambiente mafioso, difícil de explicar. En todas estas, los coros desempeñan una función crucial, realzando el conjunto de la canción.
A Song for the dead, abre con un diabólico y machacón riff que deja paso a paranoias vía Patton para volver a atormentarnos al final. Six Shooter es una pequeña broma de punk kamikaze de Oliveri. Do It Again recuerda a Alice In Chains y Weezer (no es broma), mientras que God is in the radio, constituye un compendio de blues-rock acompañado de nuevo de riffs muy Black Sabbath. Más claustrofóbica es A Song for the Deaf, desembocando en un épico estribillo, posiblemente las sonoridades más heavies del álbum, aunque no esperéis ortodoxia. En cuanto a los supuestos bonus tracks, en la preciosa Mosquito Song se vuelven clásicos y nos deleitan con piano y sección de cuerda. Este ambiente tan solemne, se encargan de destrozarlo con la canalla Everybody´s Gonna Be Happy, una versión de los Kinks en donde la influencia de Jim Morrison está más que explícita.
Respecto a la tónica general del disco, los temas están enlazados con bromas y speechs varios, uno en mexicano incluido, lo que en mi opinión, sobra en buena medida, aunque no importa si después viene una canción tan buena como lo son la docena y pico de temas del disco. Entre todos ellos, Homme, Oliveri y Lanegan se nos revelan como auténticos malabaristas vocales, cuya voz oscila desde registros tipo Crish Cornell o Layne Staley hasta los gorgoritos vía Rivers Cuomo. Josh Homme nos proporciona una terapia de choque con su guitarra que juega entre el cielo y el infierno y no podemos decir nada menos bueno de la batería de Dave Grohl, que ya tiene uno de los currículums más impresionantes como músico de rock multidisciplinar. En fin, un disco que deberían disfrutar heavies, punkies, grunges, garageros, mods y todo amante del rock que se precie. Ah, y lo más importante, de todas las edades. La verdad, lo tienen todo para ser un grupo de culto: grandes composiciones, no se encasillan en nada, no van con las modas y cuentan con el apoyo de no pocas bandas amigas. QOTSA nos llevan de nuevo por un lisérgico y placentero viaje a través de los desiertos americanos.