Unas ensoñadoras guitarras dan paso a los pocos segundos a un potente riff saturado en «Belong», el enorme primer tema y homónimo del segundo álbum de The Pains of Being Pure at Heart. Tal hecho, común hasta decir basta en el rock alternativo (sí, rock alternativo, ni shoegaze, ni post-punk, ni noise), no debería pasar por alto al oyente, ya que marca probablemente el inicio, por fin, del regreso del rock de los noventa a primera línea del indie.
Porque a decir verdad, hacía falta una banda como de la de Kip Berman para impulsar definitivamente esta corriente o revival. Ya que si bien hay desde hace un tiempo grupos que con cierta fortuna se han movido también en esta línea, como los galeses The Joy Formidable, era necesario un grupo con el potencial de los de Nueva York, los cuáles ya sentaron cátedra hace un par de años sobre cómo debería sonar una banda ruidosa afín a la melodía en 2008, para darle credibilidad al asunto.
Sobre todo si detrás están dos gurús de aquella época tras la mesa de sonido como son Flood y Alan Moulder. La pareja de productor/mezclador han conseguido densificar el ruido guitarrero de su debut y darle más concreción, a la vez que hacían hincapié en el carácter rítmico de los teclados más que en el envolvente. El resultado no es tan drástico como pensamos; sólo el necesario para que pasemos de pensar en My Bloody Valentine y Sonic Youth a hacerlo sobre The Smashing Pumpkins, Garbage y los Cure de «Wish». Un mundo y una simple línea a la vez.
«Heart in Your Heartbreak», el primer sencillo que conocimos a finales del año pasado, «The Body» o el hit en potencia (aunque casi todos estos diez temas lo son) que es «My Terrible Friend» son epítomes perfectas de esta tendencia sobre nitidez y contundencia, siempre ententida dentro de los parámetros de un grupo tan melódico. «Heaven’s Gonna Happen Now» o «Girl of 1,000 Dreams», sin embargo, son ejemplo más acelerados y básicos basados en la inmediatez de las seis cuerdas y sencillos acordes en primer plano, que Ash, Placebo, o incluso Los Planetas hubiesen querido para sí hace quince años.
Y a pesar de todo, la banda sigue siendo en esencia la misma y es perfectamente identificable. La sintonia más clara con su debut no debemos buscarla tanto el precioso medio tiempo “Even in Dreams”, como en la cuasi balada “Anne with an E” o en las finales “Too Tough” (atentos a la fuerza que gana con las escuchas) y, sobre todo, la atmosférica “Strange”, que situada a modo de epílogo parece querer decirnos que The Pains han cerrado capítulo y comenzado uno nuevo. Uno que nos trae a la adolescencia de muchos de los que nos vamos acercando a los treinta o ya los hemos superado. Y muy bienvenido que es.