Desde Asturias llegan Noam, con las miras puestas tanto en Bad Religion o Descendents como en Hüsker Dü o Jawbreaker. Su música tiene ese toque noventero y emo, pero mantiene la simpleza, los estribillos repetitivos y los coros. Y tenemos que forzarnos en pensar en Estados Unidos, porque durante muchos años el llamado rock urbano (radical, kalimotxero, etc.) ha monopolizado estos sonidos de los 90 que aquí poco predicamento como tal tuvieron.
Noam se desmarcan de eso con un apartado lírico bastante cuidado, que nos cuenta cosas y también denuncia, pero sin caer en pataletas fáciles, tal vez fruto también de la madurez de una banda formada ya en 2008 y cuyos miembros parecen llevar rondando en otros proyectos antes. Así pasa en su radiografía de los mercados en «Stress Test», por ejemplo. Y es que si la música es puramente instantanea, la voz y la letra aportan el toque áspero. Una voz lejos de ser destacable (se le nota sufrir mismanente en los tonos agudos de «Fotofinish») pero ni falta que hace para el punk-rock.
Musicalmente lo suyo es un puzzle de clichés de género, nada nuevo, pero sin caer en lo ramplón. Así se entiende esa exploración del guitarreo más rockero en «Vestigios del pasado» o esa apertura de bajo y después guitarra tan californiana de «Neón». Tal vez sea en este punto en el que deban trabajar más para acercarse a algunos de sus referentes más aventurados, pequeñas vueltas de tuerca contribuirían a diluir esa sensación un tanto «genérica» que ofrece el disco.
Aún con todo, lo que desde luego ofrecen es un puñado de canciones meritorias, siendo «Azar» el single más espléndido y en la senda Hüsker Dü, que nos sorprende con una de esas melodías pop que engancha a primera. No se queda atrás la directa «Servet», que incluso nos recuerda a Kuraia. «Miles de Robots» y Noam en definitiva nos vienen a recordar que podemos disfrutar con la simpleza del punk-rock tal como lo conocimos hace un par de décadas y sus melodías.