Por derecho propio toda una institución en el rock alternativo de comienzos de siglo, Muse han conseguido lo que muchos grupos británicos sueñan; trascender el elitista mundo de la prensa especializada y llegar al mercado internacional codeándose con los más grandes del rock. A nivel musical, Muse consiguió con este segundo disco desarrollar una propuesta propia que a la postre tuvo mucho menos en común con el sonido “Radiohead” de lo que muchos decían.
La banda habló de una pretensión de sonar más americanos y próximos a bandas como RATM, RHCP, Nirvana, Smashing Pumpkins, etc. Sus torbellinos épicos y la peculiar voz de Bellamy les impide acercarse al sonido de tales formaciones pero bien es cierto que “Origin of Symmetry” carga las tintas en abrasivos riffs. El cambio de rumbo quedó patente de forma aplastante en el single de adelanto “Plug-in Baby”. Guitarras saturadas y afiladas que conforman este marciano chirriar que es un hit de proporciones bíblicas, en el que la cálida y rabiosa voz enamora.
Este giro hacia la suciedad guitarrera y el rock alternativo yanki hacía presagiar un disco agradecido para los amantes del grunge y derivados pero que fue mucho más, ya que cada tema parecía un pequeño hit en sí mismo. Entre toneladas de distorsión se mueven pelotazos repletos de furia como las ínfulas funk-metaleras de “Hyper Music” o el crossover de “Citizen Erased”, movido por un riff que podría firmar Morello.
El remanso de calma nos transporta a un universo de ciencia ficción al que la banda cogería afición y bajo ese sonido de alarma de nave espacial nos llevan a “Micro Cuts”, especie de ópera alternativa con aires alienígenas y un despliegue vocal tan admirable como cargante. Muse tienen en esta prodigiosa garganta una de sus mayores armas para lo bueno y para lo malo. Por algo fue “New Born” otro de los éxitos del disco. Su delicada apertura de piano que pasa a la paranoia rítmica de la mano de abigarrada distorsión, así como el juego entre la dulzura clásica y el escupitajo punk siempre manteniendo la pose afectada, crean un excitante coctel. Resume la personalidad musical de Bellamy, además de su barroquismo, con exhibiciones de voz, guitarra, teclados y por supuesto, talento compositivo.
Tampoco conviene olvidarse de “Bliss”, con una etérea base de órgano creando una espiral de sonido progresivo recubierto de instrumentación oscilante. Un himno luminoso, optimista y repleto de psicodelia electrónica. El rollo ci-fi continúa en “Space Dementia”; de un inquietante piano arranca un ciclo ampuloso y un tanto recargado por la melosidad vocal. La rareza comienza con los lapsos de bases electrónicas, ecos y distorsiones vocales. Un viaje con final épico que de nuevo evoca el mundo de las BSO.
Hay que destacar la parte final del disco, que rompe un tanto la tónica. “Feeling Good” es un blues glamouroso de cabaret espacial que les aleja del encasillamiento. Un seductor pasaje nos introduce en “Screenager”, una delicada balada que casi parece un cántico religioso, siendo el único momento del disco en la órbita de Jeff Buckley, con quién también se les ha comparado. Los aires remotamente arábigos de “Dark Shines” ponen el rock de este ocaso con susurros que engañan y conducen a un estribillo de rabia y estrépito. Como no podía ser menos, esta opereta rock tiene en “Megalomania” un atmosférico cierre al nivel del barroquismo general, con estallido final incluido, en el que incluso apreciamos la estela de Freddy Mercury.
En Origin of Symmetry, Muse parecían dispuestos a comerse el mundo. En realidad esta suma de elementos de tradición noventera (grunge, crossover) con desvaríos y grandilocuencias sinfónicas (psicodelia, prog-rock) era tan sólo su segundo paso en su camino a la cima del rock mainstream. Muse pueden ser una banda que amar u odiar, pero la calidad de lo escuchado en este tratado matemático es un hecho refutado.