Lejos de quedarse atrás viendo como ascienden sus discípulos en la vertiente más metálica, los escoceses Mogwai vuelven en 2006 mostrándose en una forma envidiable y dando nueva lección de los múltiples caminos hacia los que su particular universo puede expandirse, desde los pasajes de piano dignos de la más empática banda sonora hasta los muros de guitarras inmisericordes que estallan en la cara del oyente.
Mr. Beast comienza con “Auto Rock” dando ya muestras de que la banda sigue creando historia de la música moderna. Imborrable es ya ese ritmo de piano al que se va añadiendo el pulso electrónico y asciende para alcanzar la grandilocuencia aplicada al rock alternativo que golpea con salvajismo. Pero sólo era un perfecto pasaje hacia “Glasgow Mega-Snake”, una espiral de desbocada y flamígera distorsión tan áspera como la que elaboran los últimos Isis y eso que los escoceses jamás han pertenecido a escenas como el metal o el hardcore.
«Acid Food» presenta la cara opuesta; la suave y reconfortante nocturnidad como el calor en invierno en forma de dream-pop de voz seductora haciendo un difuminado uso del ‘vocoder‘. “Travel is Dangerous” comienza inquietante y oscura pero se revela como irresistible single con su aterciopelada voz y su tránsito repentino de la calma a la épica y la melodía buscadas en el corazón del ruido, que la emparenta con lo más concreto del aclamado «Young Team«.
Un nuevo viaje comienza en «Team Handed» de mano de la introspección perezosa y melancólica, con sus efectos de campanillas electrónicas. Prosigue en «Friend of the Night», una pequeña ópera en forma de rock instrumental que bien podría ilustrar el divagar en las sombras y encontrar un camino luminoso hacia algún tipo de tesoro. Este breve periplo de calma relativa tiene su final en «Emergency Trap», que sugiere un paseo por el vacío en una pequeña cápsula y sin decir nada llama a soltar una lagrimilla, quién sabe si de emoción, tristeza o alegría.
«Folk Death 95” recupera el tono crispado aunque sin resquebrajarse ni perder la belleza inherente. Lo que sí hace es llegar a un clímax en que los riffs queman como una motosierra con la hoja ardiendo. «I Choose Horses» nos transporta al sosiego del Japón milenario con enigmáticas frases en ese idioma y un amable aire de brisa. No es gran cosa como canción pero sí como atmósfera. Por último, «We´re Nowhere» se introduce punzando con finos acoples como agujas que pasan a ser un grave y lento ritmo, que se repite a modo de obsesivo réquiem, una pauta de la que a buen seguro han aprendido alumnos aventajados como Pelican o Jesu.
Los aficionados al sonido de la banda de Glasgow están de enhorabuena con otra obra a la altura de su mejor legado. Nuevas músicas que, como siempre, llaman a divagar en la instrospección y a vivirlas cada cual a su manera.