Merina Gris, lo que parecía un proyecto solo entendible al calor de los distópicos tiempos de la pandemia, resultó un fenómeno underground que amenazó con derribar la cada vez más flexible muga con el pop de masas. El estilo de «sad bangers» del trío, tal como reza su bio de Spotify, enamoró y no solo en Euskal Herria. La mejor prueba de ello es su fichaje para este segundo disco por Sonido Muchacho (recordemos para los despistados que es ya un subsello de Universal Music Spain).
Apuntar que este cambio de sello supone algún viraje esencial en la música del trío sería faltar a la verdad. Si bien «ZULOA» cuenta con mayor presencia del castellano, no podemos hablar de ruptura para nada. Máxime cuando un tema valedor de esta tendencia es «Nadie Cuando Lloro», que fue lanzado como single ya en 2023, o sea, casi más próxima a la edición de su debut que a la consolidación de este segundo álbum. Sí que destaca en este sentido «Mejor*», una apuesta por la épica pop algo desmarcada en el disco y que podría pertenecer al último disco de Carolina Durante con tranquilidad.
Por lo demás, “ZULOA” es un crisol de influencias como si en cada uno de los fragmentos de cristal de sus máscaras se reflejara un subgénero del pop, el indie y la electrónica modernas. Podemos recurrir al término hyperpop para facilitarnos la vida, pero aquí de nuevo hay pop emocional, house glitcheado y trazas de post-punk, rap o rock industrial, entre otros ingredientes. En esta mezcla a priori alocada, toca reconocer el trabajo de la banda para empastar todo en un sonido propio, como ya sucedía en el debut.
En la producción sí se nota que algo ha cambiado. En «Zerua Orain» era más agresiva, más cargada en los bajos y en cambios de ritmo bruscos y de cariz rockista. «ZULOA» mira al sampler insistente y al sinte preciosista y flota en la electrónica indie hasta llegar al subidón de la de estadios. Puede ser algo buscado o un efecto secundario de tomar las riendas, ya que si su debut lo produjo Ed is Dead, esta vez el músico electrónico se ha ceñido a la mezcla, asumiendo el trío mayor peso en su sonido final. Esto le aporta nuevas capas de intimidad que van a juego con algunas canciones más desnudas y en las que la voz masculina también gana presencia como complemento a la líquida impronta vocal de Sara.
Esto tampoco quiere decir que el disco esté exento de rabia y estos momentos son de lo más agradecido. Es el caso de «Hiru Damatxo» es un rompepistas de vocoder extremo que rezuma desamor hacia su ciudad, Donostia y el proceso gentrificador que padece. «Lotu Zure Txakurrak» en cambio, se arrima al rap industrial para lanzar un ataque sintético contra las relaciones sentimentales tóxicas.
En este sentido, los temas y letras de Merina Gris continúan en la senda de tratar el dolor, la ansiedad o la desafección de la juventud por la realidad que les rodea y llevarlo a un punto lúdico o esperanzador. Y es que tras la soledad y los rigores de la vida moderna se cuelan rayos de luz, aún cuando sea «puto verano» en Donosti y siga haciendo frío. De modo que, sin que decaiga la fiesta, la citada y estelar «Nadie cuando lloro» habla de las amistades superficiales, del like en Instagram pero no estar ahí en los momentos duros, un tema difícil pero rebajado con la chulería de HOFE. Es quizá “Triste Dabil Aita” el tema líricamente más atrevido en lo emocional, hablando sobre el paso del tiempo y el cambio en los lazos afectivos con los padres.
En “ZULOA”, Merina Gris luchan por reivindicar su personalidad, apuntalando un universo sonoro complejo (pop, rnb, house, chillwave, rap, industrial, música de anime…) y haciéndolo perfectamente accesible al oyente más casual (esa aterciopelada «Origami» con sampler de Charli xcx incluido). Por el camino, el proyecto pierde parte de la inocencia y la efectividad del primer disco a cambio de subir una carga emocional en la que se puede indagar o solo dejarse llevar por el agradable discurrir con arranques EDM que jalonan un disco tan sentido como divertido.