Si en los últimos años todo lo que tenga que ver con el post (post-rock, post-metal, post-hardcore) está de moda y es una propuesta artística que siempre queda bien en el currículum, podemos decir que Lisabö son unos aventajados. Casi una década avala a esta formación euskaldun que se ha ganado el respeto de la escena indie nacional, algo que no se consigue fácilmente y que podríamos decir que ya están a la altura de quienes una vez fueron referentes, desde Fugazi a Shellac.
El quinteto nos da un particular e incómodo paseo por los «no-lugares», un tránsito oscuro, grisáceo, lleno de dolor, rabia, frustración y ese tipo de sentimientos negativos que mueven el mundo (mucho más que el amor, que es el cuento que nos han vendido). Karlos Osinaga una vez más no canta, ejecuta con desesperación la desoladora poesía de Martxel Mariscal, dejando rastros de dolor cada vez que rasga su garganta.
El disco se abre con uno de los temas más convencionales («Hazi Eskukada I»), recordando con opresión melódica y noise a los que fueran sus padrinos, Dut. Y pronto se sucede la crispación desde «Aukerak, Ankerrak», pasando por la más relajada «Bi Minutu» y reinventando con pasión y nervio el post-rock y el hardcore del que tanto han mamado, hasta finalizar en la catarsis de «Nekearen Teoria», en la que caben varios retazos de su universo.
Por suerte no todo es negatividad en «Ezlekuak», ni mucho menos. En la práctica es un disco de lo más positivo, movido por la autogestión, grabado en el estudio de una casa okupada, autoeditado y bajo licencia Creative Commons 2.5. Y así con todo, esquivando los canales habituales de edición y distribución y pese a una actitud íntegra, de ir a lo suyo y no casarse con nadie, han conseguido llamar la atención de incluso los sectores más esnobs de la crítica. Y es que, aunque la primera bofetada que fue «Ezarian» nos pillara con la guardia baja, es inútil prepararse para el asalto sonoro y emocional de Lisabö.