El de Geese es uno de esos fenómenos que se ha cocido por debajo del radar mainstream hasta llegar aquí, a un 2025 que es decididamente su año y un «Getting Killed» omnipresente en el universo de la música crónicamente online. Algo así como un fenómeno «Brat» pero de andar por RYM.
Las comparaciones no tardan cuando alguien se acerca a «Getting Killed» por primera vez. Radiohead, como comodín de banda experimental y The Strokes, como símbolo neoyorkino mediomelenista y pijoprogre, son lugares comunes para quién decide dejarse llevar por las inflexiones vocales de Cameron Winter. Pero aquí hay mucho más y a la vez tampoco es tan complejo. Me explico: muchos no dudarán en referirse al trabajo de Geese y del propio Winter como de genialidad, de talento innato. No obstante, cabe recordar que pese a la juventud de la formación, nos encontramos ya en un cuarto trabajo. La banda creció con un par de aceptables discos de post-punk más o menos artie antes de subir el nivel drásticamente con el soul-rock alienígena de «3D Country». Casi podríamos decir que la banda se pasó de madurez de golpe. Pero fue necesario aquel disco tan teatral y excesivo, así como el descubrimiento de las melodías que Cameron Winter hizo en su disco en solitario «Heavy Metal», para llegar con el chute de confianza que su actual colección de canciones, más desnudas, requiere.
Porque el disco, que abre con una efectista «Trinidad» que suena como Thom Yorke haciendo una banda sonora para una serie de David Simon, pronto se revela como una cosa menos rarita, más orgánica y más basada en una suerte de rock espiritual que fluye, se repite y reverbera de unos temas a otros. Esto es lo que crepita en una masa llena instrumentación cálida, con aires de soul, con percusiones tropicales que llenan todo el espacio y coros espirituales en una banda que funciona gravitando en torno al magnetismo de Winter pero brillando al unísono.
Hablemos de la voz, una de las mayores fuentes de amor/odio de «Getting Killed», que además entronca con ese aire teatral del que antes hablaba. Es normal escuchar «Cobra» por primera vez con ese tono tan engolado y todos esos «baby» y pensar que estás ante una suerte de comedy-rock antes de que una segunda o tercera escucha te revelen que estás ante un tema tan bonito que recuerda a «Here Comes the Sun». Otro punto álgido del disco, «Au Pays du Cocaine», parece una balada escrita por Spiritualized y cantada por Julian Casablancas. Pero al final se trata de los Beatles, los Beach Boys, los Stones… son influencias pilares en la música popular que se paladean en el sustrato de «Getting Killed» de una forma inusual para un disco de indie-rock. Si hasta vemos el fantasma de los U2 de Rattle & Hum en «Taxes», con uno de los clímaxes más simples y potentes que hayamos escuchado en mucho tiempo. Por cierto un vídeo y recurso muy ilustrativos del disco.
Otra posible clave del disco es que combate el zeitgeist de las cortas ventanas de atención a base de conquistar a fuego lento, algo que comparte con otros fenómenos similares como el «Manning Fireworks» de MJ Lenderman, otro disco de rock clásico que se ha ganado todo el aplauso de la Generación Z. Sea con el crepitante góspel tropical de «Husbands», el sutil soul-rock de «Islands of Men» o esa especie de cruce del confort de Van Morrison con la inquietud de la Velvet Underground, la banda maneja los tiempos a su antojo y crea un hechizo suficientemente potente para que nadie se levante del sitio cuando suena el molón pero desubicado funk-rock de «100 Horses» o momentos de art-punk y psicodelia más proclives a la histeria de Talking Heads como «Getting Killed» con su detallista percusión o «Bow Down».
Hay algo muy neoyorkino en «Getting Killed» y así, resulta apropiado que el disco cierre en una ruptura bestial del tono pausado del disco con 6 minutos de épica atropellada titulados «Long Island City, Here I Come». En dicho colofón, Cameron canaliza un verborreico pulso entre Jeff Mangum y Bob Dylan a través de un armazón musical de psicodelia percusiva y pianos imposibles que deja sin aliento y con ganas de más. Sea lo que sea ese «más», pues mucho dudamos que el cuarteto se quede en esta zona de confort por mucho tiempo.
