Suelo ser partidario de no dedicar demasiado espacio a discos mediocres, siempre según mi criterio personal, claro. Sin embargo, analizar siempre álbumes de tu gusto lleva a una dinámica algo aburrida y paradójica; mientras escuchas discos que disfrutas, escribes cosas parecidas sobre ellos, les asignas notas similares, etc. También puede dar la sensación de que todo te gusta; nada más lejos de la realidad.
De vez en cuando es interesante coger un disco de algún grupo grande y aportar tu granito, por insignificante que sea, para que no parezca que las grandes estrellas tienen la confianza ganada de antemano. En el caso de Foo Fighters que nos ocupa, no dudo del talento compositivo de Dave Grohl, ni del buen hacer de sus músicos, pero he notado como Grohl, tras el decepcionante «Echoes, Silence, Patience & Grace» ha echado mano de la electricidad en un intento de engañar al personal, que parece que le ha salido bastante bien. Cómo si lo que le faltara a un disco para ser bueno, fueran guitarras potentes.
Así, tras el golpe de efecto dado con el punk-rock incendiario de «White Limo», por descontado entre lo mejor del disco, pudimos escuchar un disco en el que ni la obsesión por la electricidad, ni la invocación de los vestigios de Nirvana (vuelta de Pat Smear a la banda, Butch Vig a los mandos, una colaboración de Krist Novoselic) conseguían disimular la escasez de sólidas composiciones. Al contrario, aquí suelen basarse en un estribillo melódico al puro estilo «foo«, con estrofas poco interesantes o metidas con calzador.
Salvamos de la quema «Dear Rosemary» con la inestimable colaboración melódica de Bob Mould. No sólo es una canción más que correcta, sino que es el tributo que el músico debe a una figura de cuyas bandas Foo Fighters bebieron tantísimo. Y respecto a esto, parece increible la ausencia de Josh Homme en el disco, que seguro que hubiera sabido encauzar mejor este regreso al rock con un claro antecedente en el periodo en que Grohl más se codeó con el entorno QOTSA.
Entre lo correcto se puede señalar el arrebato de energía de «Bridge Burning» y la melodía que mejor se hubiera resuelto sin tanta pompa rock de «Arlandria». Incluso podríamos rescatar «Back & Forth» con sus guiños a Nirvana o QOTSA, pese a que ya empieza a pecar de esa inconexión genérica citada. «I Should Have Known», acercamiento al rock psicodélico en el que sabemos de Novoselic por el volumen del bajo y «Walk», enérgico cierre que funciona bastante bien, también aprueban.
Entre lo peor, el indigesto single «Rope», intento de facturar rock bailable a base de riffs; «These Days», con un estribillo ya demasiado familiar; o «A Matter of Time» que no hay por dónde pillarla. Casi todas tienen algo en común y es una obsesión por mezclar hard-rock con pop de una forma nada natural, de modo que aún funcionando algunas partes, queda muy lejos de la fórmula que tanto se explotó en el grunge y el rock alternativo, escena de la que el ahora quinteto procede. Y sobre todos ellos, «Miss the Misery», uno de los temas de rock de estadio más planos jamás escuchados. Que el título del disco salga de sus letras dice mucho.
No sabemos que ha pasado con un Grohl que fue capaz de sobreponerse al fenómeno de Nirvana, hacer un par de discos sobresalientes y otros tantos con canciones memorables. Pero en «Wasting Light» tratan de ocultar falta de inspiración con volumen y de eso, a estas alturas de la película Grohl es muy consciente. Con el tiempo que se han tomado para hacer el disco, es imperdonable.