Cambio de registro para lo que fue una de las grandes sensaciones del rock alternativo de hace un par de años. Cuando tu grupo es una oda de frente a la juventud, a la amistad y el pasarlo bien desde el presente, sin ningún tipo de tinte nostálgico, cualquier movimiento en falso puede hacerte perder puntos de frescura.
Eso les pasa a Fang Island en «Major», titulado en alusión suponemos a esa profusión de canciones en «major key» que recrean melodías radiantes y optimistas al máximo. La situación de la banda ha cambiado drásticamente, de ser un quinteto, se han quedado en tres de los que sólo uno es fundador de la banda en sentido estricto. Esto no es el mejor síntoma para «el grupo de amigos de buen rollo chocando las palmas todo el rato» que pretendían ser.
Y por supuesto, afecta a su sonido. En este segundo disco hay menor presencia de la guitarra eléctrica, de esos riffs tan potentes y acerados que acercaban a Fang Island al metal, tal como ocurriese con los primeros Weezer. En su lugar, hay más pop, más arreglos y más épica a través del piano, como en la apertura de «Kindergarten». Esto no es malo de por sí, pero comienzan a perder chispa y nos tememos que demasiado pronto.
Los singles son correctos, son divertidos, pero ni «Sisterly» con esa apertura a lo Nirvana que luego se adentra en los aires playeros, son capaces de hacer sombra a la retahíla de rock para sentirse bien que nos ofrecía el debut. Su problema viene de las partes más cantadas, que unidos a la pérdida de fuerza en guitarras, les hace quedar más cerca de un pop-punk inofensivo y blando, lo cual es una pena ya que se nota un sólido trabajo compositivo detrás.
«Asunder», mucho más agitada y festiva, es de las pocas piezas que nos muestra a unos Fang Island a la altura (palmadas incluidas) del esplendor de su debut. Como nuevo hit de esta faceta más ligera podemos destacar «Make Me» y esos aires que mezclan guitarras y melodías hard-rock con tropicalismo. Porque si algo conservan es ese olfato atemporal por la melodía que los asocia a Cheap Trick y ese toque que ya de entrada es tan naif, que resulta imposible que dentro de unos años lo reescuchemos y nos suene especialmente fuera de época.
El arranque sudista de «Dooney Rock», casi una revisión del cowpunk a su estilo, es otro de los mejores momentos, junto a la segunda parte de «Regalia». Y es que la banda sigue teniendo sus mejores momentos en los juegos instrumentales y esa vena de progresivo dulzón, casi de videojuego y apto para todos los públicos. Y pese a ese desencanto con el que el disco puede dejar a uno, muestras de ingenio como ese trasvase de guitarras a teclados («Victorinian») con la que cierran, te hacen rendirte un poco ante ellos.
«Major» no deja de ser un buen disco y el ahora trío conserva cierto toque especial, pero han pasado de ser adictivos a agradables y tendrán que hacer un replanteamiento de su evolución si quieren mantener aquello que les hizo destacar sobremanera en el indie-rock, o acabar siendo una banda más.