¿Qué es el Lo-fi? Esta puede ser una pregunta habitual entre mucha gente cuando lee reseñas musicales. Se podría decir que Lo-fi es todo género donde el tema no termina de sonar profesional, dirán algunos. A eso, otros contestarán, ¡eso no es un género, eso es no tener dinero!. Bueno, sería una reacción lógica, pero el Lo-fi es mucho más. Hablamos de un estilo musical, por decirlo de algún modo, pero a su vez no, pues de lo que realmente se habla al usar dicho término es de como una banda, haga el estilo musical que haga, ni quiere, ni le interesa, ¡ni le da la gana!, que aquello suene a la perfección. Y es que ni los garajes, ni los locales, ni siquiera las salas de conciertos, suenan pulcras, limpias, y pulidas, y pese a ello la gente sigue acudiendo ¿no? Entonces ¿por qué engañar a la gente en los discos de estudio?. Algo así deben pensar los grupos que se encuadran «premeditadamente» (ojo, esto es importante) dentro de los parámetros de la baja fidelidad. Pajas aparte, lo que está claro es que el Lo-fi es una filosofía determinada de cómo hacer las cosas al margen de lo que las normas del mercado dictan, y ahí es donde se encuadra Dubita Canova.
Esta banda madrileña surge de un castizo de la capital y un argentino adoptado que buscan dar rienda suelta a las composiciones que este primero acumula, y a las que quiere dotar de un sonido más eléctrico que le aparte de sus anteriores trabajos acústicos y de esencia folk. En este debut autoproducido encontramos doce canciones que recorren todos los estados de ánimo, siendo, todo sea dicho, los eminentemente tristones los que se imponen. Nostalgia, melancolía, atolondramiento, ensoñación… en esos parámetros se mueve esta banda sonora para días nublados en los que sin embargo, al fondo, se abre algún claro de luz.
Y es que arrancan de forma explícita: «Me Siento Mal». Abriendo así un disco poco más hace falta decir… Pero digámoslo. Dulce pieza de un pop autobiográfico que puedes imaginarte como si se tratase de un cuento de la mejor tradición Salingeriana, nos narra ni más ni menos que lo que viene siendo un día de mierda. Le sigue «No lo Quiero Pensar», y aquí es J y sus primeros Planetas, los que se nos aparecen para saber que estos chicos beben, y mucho, de todo lo que sucedió en los 90´. Tras ella seguimos con los ritmos pegadizos y los estribillos entrañables con «El Chico de la Esquina», un tema que de ser cantada en inglés y con un tono más agudo, pasaría por pertenecer a una maqueta de los primeros Belle & Sebastian. Los 90´ distorsionados de Subterfuge hacen aparición en el tema más largo del disco, una «Halsbury Road» que se convierte en uno de los momento cumbres gracias a la emoción que desprende cada segundo de la interpretación de Álvaro, y como no, a esos coros finales a los que tanto agradeces que sean así, imperfectamente geniales.
Casi sin querer te despachas el primer tercio del disco, y aunque ya hemos pasado algunos de los momentos más memorables, aun quedarán balas en la recamara. «Mujer Casada» vuelve a mostrar el amor por los coros más sexties, y con frases como «nunca olvidarás cuando confesaste que no eras un genio, nunca olvidarás cuando confesaste que no habías hecho nada bueno», se ganan tu corazón a no ser que todo te vaya genial en la vida, cosa que por supuesto te haría un ser de lo más aburrido. Si a eso añadimos ese final tan Quique González (sí, también la Americana del español influye claramente a Dubita), nos queda otro de los momentos álgidos del Lp. Y para completar una primera mitad sobresaliente el regusto a Pavement de «Jugar Con Fuego», nos completa el listado de influencias de la banda, y nos invita a adentrarnos en una segunda parte que con temas más cortos (la mayoría ni pasa de los dos minutos), seguirá cubriendo nuestras expectativas de melodías melancólicas.
«Escóndeme», con su punk-pop de escape; «Una Tarde Cualquiera», en la que Yuck, Los Planetas, y The Thermals se funden en 47 segundos perfectamente condensados; «Volver a Casa», donde continúa el regusto a punk-pop de otra época; o «Cuando el Tupper No Vuelve«, un tema que pasa del decaimiento al vigor con la misma fuerza que su melodía se apaga al pasar los sesenta segundos que dura, y donde la figura de Robert Pollard se hace más evidente que nunca; son el núcleo anfetamínico de un disco en el que pasas del ecuador al epílogo casi sin darte cuenta. En este final encontramos «Vals», pieza con unos arreglos de cuerda algo lacrimógenos que completan un tema en la onda de un Nacho Vegas en la veintena, y «Cráneo», donde el indie noventero se vuelve a fusionar con la esencia de un Quique González mucho más creíble y cercano que el que últimamente publica bajo ese nombre.
Y así concluye esta sincera media hora de música que surgida de las mil y una influencias de su guitarra y voz Álvaro Amores, y gracias al apoyo de Fede en la batería, ha visto la luz tras la masterización realizada en Argentina en los primeros meses de este 2012. Un disco indie, pero indie de los de verdad, desde la primera nota, hasta la última sílaba, y que podrá gustar más o menos, y con cuyos métodos se podrá estar más o menos de acuerdo, pero con el que me apuesto con cualquiera que con solo escucharlo una vez, ya andará tarareando más de una, y de dos, de sus melodías.