El caso de las Dresden Dolls es un caso curioso en la música contemporánea. A primera vista y viendo únicamente sus fotos de promoción (cuidadísimas), podríamos pensar que se trata de un dúo gótico amante de las composiciones torturadas, adorados por miles de almas adolescentes deprimidas (y aburridas). Pero la cosa no es así; una vez observado su directo y escuchada su música la primera palabra que se me ocurre es “pop”, un pop acústico a base de piano y batería, amén de la voz de Amanda Palmer que nos cuenta su vida a veces alegre, a veces trágica y otras patética. Es quizá por esta ambigüedad por lo que las Muñecas de Dresde han atraído a un grupo de admiradores bastante variopinto: desde heavys arrastrados por la militancia del dúo en Roadrunner (a pesar de la ausencia casi total de guitarras, y ninguna de ellas eléctrica), a gotiquillos babeantes por todo lo que tenga rímel y cara maquillada; de industrialoides atraídos por sus conciertos teloneando a Nine Inch Nails, a un público más alternativo que busca siempre la propuesta más sorprendente. Y estos dos parece que han dado con la receta para satisfacer a todos ellos con su segundo disco, si es que no lo hicieron ya con su debut de hace un par de años.
Como a veces suele pasar, el segundo disco no tiene unos singles tan claros y directos como el primero, pero gana algo de profundidad y consistencia general entre las canciones. Aunque “The Dresden Dolls”, el disco, fuera un disco también notable, su principal reclamo eran unos hits tan claros como “Girl Anachronism” o “Coin-Operated Boy”, a día de hoy todavía las favoritas de muchos fans. En “Yes, Virginia” quizá es más difícil encontrar un par de temas tan directos, pero sí que estamos ante trece canciones de gran calidad, un poco más orientadas hacia el rock que en su anterior referencia. Y a pesar de lo minimalista de la propuesta, puede decirse que incluso estamos ante un conjunto bastante heterogéneo de composiciones. Y todo ellos con sólo dos instrumentos. Ahí es nada.