Depeche Mode son unos supervivientes. Mientras que casi todos sus compañeros de generación no consiguieron superar los ochenta, intentan vivir de infructuosos revivals o permanecen en una semi-vida dando palos de ciego y desplantes, Martin, Dave y Andrew han seguido en activo todos estos años; entrando en períodos de latencia y espaciando su ritmo de publicación, sí, pero siempre manteniendo una dignidad como pocas estrellas del pop han sabido en las últimas décadas.
Tal actitud vuelve a quedar de manifiesto en “Delta Machine”, decimotercer disco del trío de Basildon. Tras una campaña de promoción como cada vez menos tenemos la oportunidad de ver, heredera de los grandes momentos de la industria de los noventa, se esconde un producto que, si bien palidece ante los clásicos del grupo, se mantiene con las escuchas e incluso recupera algo el pulso con respecto al desinflado “Sounds of the Universe” de hace cuatro años.
Con la mejoría, encontramos también ciertos matices distintivos. Y es que, extrañamente para un grupo de su posición y trayectoria, estamos ante un trabajo menos evidente que sus predecesores. No encontramos ningún single claro como “Precious” (buen ejemplo) o “Wrong” (malo), por decir algunos de última época, sino que el conjunto tiene un carácter mucho más homogéneo, con cierta tendencia hacia la instropección y la experimentación, diría. Todo esto dentro de sus propios límites de banda pop, claro.
Así, encontramos temas ciertamente oscuros y más próximos a la exploración electrónica como la inicial “Welcome to My World” (cuasi trip-hop), la obsesiva “Secret to the End” – perlita de Dave Gahan, que sigue ganando peso en la composición – o el desarrollo blues-industrial de “Goodbye”; canciones que conforman, como suele suceder en ellos, parte de lo mejor del disco junto con piezas electropop más ortodoxas como “Broken” o “Soft Touch/Raw Never”, en los que los sintetizadores casi vuelven a brillar como antaño. “Soothe My Soul” quedaría como quizá el sencillo más logrado del conjunto, que recupera ese aroma rock que nunca han negado.
Por el contrario, lo que hace que “Delta Machine” no sea un disco redondo son un puñado de anodinos medios tiempos y baladas. Martin Gore vuelve a aburrir cantando el peor tema del álbum, “The Child Inside”, y no muy lejos van “Slow” o “My Little Universe”. Acaso “Heaven”, erróneo primer single, pueda resultar como mucho interesante, pero en conjunto este nuevo disco vuelve a quedar polarizado y el resultado final se resiente por el relleno. Quizá un cómputo total de nueve o diez canciones habría sido más acertado, pero a su favor podemos decir que el balance les ha quedado más hacia lo positivo que en otras ocasiones. Aún hay razones para seguirles.