Totalmente desprevenido me ha cogido la aparición de este nuevo álbum de Cranes, su primer homónimo y el primero que lanzan en varios años. La razón es que no había tenido ninguna noticia del grupo más ensoñador de Plymouth desde que leí alguna crítica (favorable) de su disco de 2001, “Futuresongs”, por lo que los di por muertos y enterrados hace ya un tiempo. Es por eso que quizá haya acogido con más alegría e ilusión de la cuenta este álbum, al acordarme de repente de esas joyas que surgieron durante el auge shoegazer a principios de los noventa como son “Wings of Joy”, “Forever” o “Loved”.
Evidentemente, el tiempo ha pasado y aquellos estimulantes sonidos que nacieron como un mágico híbrido entre la armonía etérea de Cocteau Twins y la deconstrucción estructural de Einstürzende Neubauten han mutado, para devenir en una especie de trip-hop domesticado, de acogedora calidez y agradable digestión, en contraposición a las desconcertantes y misteriosas composiciones de antaño que sedujeron hasta al propio Robert Smith, su mecenas durante aquellos años.
Por ello, y una vez repuesto de la sorpresa inicial, me alegro de poder calificar a este disco como un trabajo notable; los Cranes de 2008 conservan casi intactas su aptitudes musicales y espero que esto sea así durante muchos años para así poder disfrutar de más dosis de su dulce melancolía en el futuro. Bajo la forma que sea…