Modestos, humildes, recatados, secundarios, sin querer hacer mucho ruido ni molestar, Aldrin y Collins acaban de publicar el que es su primer disco, «La Vocación Optimista». Sin más pretensión que la de hacer la música que les gusta inspirándose en sus influencias, estos cinco músicos decidieron meterse el año pasado en los Wheelsound Studios. De lo que allí se coció en manos de Txose, más la puesta a punto de su cantante Gerard en las mezclas, y tras la masterización de Víctor García en los Ultramarinos de Sant Feliu, nos llegan estas nueve canciones que forman un trabajo lleno de honestidad, deudor en parte de los sonidos de sus anteriores bandas Crossword y Stendhal, pero con una personalidad propia, y la madurez de quién ya sabe el camino que quiere transitar.
«La Vocación Optimista» es un disco agradecido. Agradecido primero con el oyente, pues sus treinta y pico minutos se pasan volando. Agradecido también con nuestros oídos, pues el mimo y cuidado de cada arreglo es digno de reconocer. Agradecido visualmente gracias un diseño estupendo de Víctor Mazurek. Y agradecido también a todas y cada una de sus influencias, las cuales son tantas y tan diversas, que al juntarlas nos sale un sonido tan peculiar que casi no nos permite entrever a quiénes rinden pleitesía.
Empezando por la entrañable «Primavera en Móstoles», cabe decir que, homenajes a los nombres de pueblos de toda la península que tanto les gusta, aparte, lo cierto es que este título nos puede dar una pista de las intenciones de una banda que demuestra ser gente más que normal, gente de las afueras, gente de un municipio del extrarradio barcelonés que bien podrían haberse criado a lo largo de muchas primaveras mostoleñas, pero que eso sí, fuesen de donde fuesen siempre irían destinados a aquellos que ríen para no llorar. Aquí vemos que la figura de los Standstill de palmas y electroacústica es larga, y que el amor por las voces limpias, cuidadas, y sugestivas, va ser una máxima a lo largo de todo el álbum. Continúan en «Somiatruites» con un sonido similar, aunque con el matiz eso sí de una letra en catalán, y del papel principal en la voz de Gerard que aquí prevalece sobre la del batería Xavi. El theremín envuelve un tema con un crescendo y unas guitarras que tanto recuerdan a Radiohead como a Vetusta Morla (bueno, algo lógico esto, claro…). Para el tema que da nombre al disco se reservan sus mejores galas, y el sonido desértico y psicotrópico nos aclara que Los Planetas de su segunda etapa están presentes en las cabezas de estos cinco músicos. El tema crece y crece, y nos muestra a un Gerard pleno de facultades en uno de sus mejores momentos vocales de todo el minutaje.
Y tras un primer tercio de gran intensidad instrumental, aparece «La Casa De Chocolate», un tema que ofrece todo el sosiego que a estas alturas hacía falta, aunque sin restar ni un ápice de emoción en un tema íntimo y de una belleza lírica a la altura de los grandes. Un canto agridulce a la amistad que en este caso encumbra a Xavi en las voces con uno de sus mejores momentos. Pero ya hemos tenido suficiente relax. «Actores De Reparto» vuelve para recordar los 90´, para llevarnos hasta el mejor emo realizado en aquella época, y gracias al magnífico juego de guitarras y a los bellos arreglos orquestales, se convierte en una pieza clave gracias a su vitalidad. Pero si esta es clave, la siguiente «Cuántas Cosas» es posiblemente el mejor momento del disco para el que escribe. Parecidos aromas noventeros deambulan aquí, pero dotados en esta ocasión de la evolución que los años dieron a esos sonidos. La sombra de los imprescindibles Sunny Day Real Estate, o por extensión de los catalanes Madee, así como la imperfecta maestría de Artur Estrada, hacen aquí aparición completando un tema digno de ser reconocido.
Para el tramo final la costumbrista «Tres Pies» vuelve a bajar las revoluciones de forma necesaria conformando una bonita y simpática pieza de homenaje animal. Cuidados juego vocales e inesperados arranques guitarreros, son las cartas escondidas de esta notable canción. Le siguen otros dos instantes de esencia alucinógena que nos vuelven a engatusar con sus crípticas letras, los aportes del theremín, o el arranque hooligan buenrollista del tramo final que posee «Atajo Para Impresentables», o los arreglos casi arábigos de «Tréboles».
Llevando su forma de entender la vida hasta la música que componen, ya va siendo hora de que alguien se atreva con Aldrin y Collins. Solo así puede que de una vez por todas se haga justicia con estos astronautas de la normalidad, y dejen de ser actores de reparto ni que sea solo por el tiempo que dura una actuación suya.