Tiempo hemos esperado para tener entre manos este, el tercer disco de la cantautora madrileña Ainara Legardon. Lo que ha traído a la artista hasta aquí es un camino tortuoso que le ha impedido dar todos los conciertos que seguramente le hubiera gustado. Por ello suponíamos que esta vuelta podría tener ciertos cambios, pero el tono oscuro y descarnado sería una constante. Más bien al contrario la música se ha hecho más sutil, el silencio toma mayor protagonismo, la hipnótica voz pierde peso frente a la guitarra y la desnudez resulta extrema. Un sentimiento bien expresado en el corazón hecho de retales de tela que muestra la portada.
«Weightless» tal vez haga de hilo conductor, conteniendo una de las líneas de voz más dulces en el estribillo acompañada de una de esas acústicas que tan inofensivas parecen pero son como un lento y letal veneno. La corriente malsana avanza por la tensión de «Sickness» hasta que los violines y el theremin perturban la quietud en una orgía de disonancias. La cadencia rítmica de «The Death Most Desired» nos recuerda a sus compañeros de Audience, por ese estiloso cruce de clasicismo con inquietud moderna. Es una de las canciones que más se graban en la memoria, a lo que ayuda que entre sus lineas líricas se encuentre el título del disco.
«Your Own Dirt» se muestra más agresiva sin salir del terreno acústico y sobrio. No sabemos si es más dañina la guitarra rasgada con furia o los silencios sobriamente adornados con acordes y percusiones. Y es que el silencio es uno de los leitmotivs del disco a la hora de crear un malestar, una sensación de desasosiego única hasta ahora en la música de Ainara. A ratos, aunque tenga que disculparme de antemano, este tercer disco podría ser incluso clasificado como drone-folk. «The Third», con su insistente tintineo de guitarra y su recitado en segundo plano vuelve a inquietarnos y la sensación se agranda cuando todo se para y el ruido, muy medido eso sí, entra en juego. Nos parece visualizar un concierto de Ainara compartiendo escenario con Orthodox y no resulta descabellado.
El rock vuelve a aflorar en «The Morning of the Earthquake» con la guitarrista enseñando los dientes al estilo blues con el colchón de la guitarra y la sutilidad percusiva que Alfons Serrá aporta a la mezcla. La lentitud regresa con la sangrante «I Won’t Forget», íntima y descarnada, un obsesivo blues del oeste repuntado por ráfagas de batería. Dramatismo a flor de piel. En «Knowing» se destapa una vena folkie más juguetona a nivel instrumental, mientras Ainara saca la voz más frágil, tal vez la más preciosista del disco, con misterio pero sin negruras. Mantiene el timbre dulce en «Stained Sounds», gran exponente para cerrar del tono minimalista del disco.
En este nuevo capítulo, la compositora avanza hacia la madurez del cantautor, esa que le aleja cada vez más del concepto de banda de rock cuya base conserva pero desde la que han brotado delicados tallos. La voz de Ainara sigue resultando escalofriante y la mayor desnudez musical ahonda en la sensación de soledad que su música transmite. Pero a la vez el tono folk tan presente resta dramatismo a lo sugerido por la voz, ahondando en la sencillez.