413 es el proyecto de David Pisabarro, que hizo aparición en esto de la música moviendo con acierto un primer EP por webzines y blogs especializados. Este dato no es baladí; de hecho es algo sumamente importante y entronca con una forma de operar que continúa ahora con un disco largo. Y es que el concepto totalmente DIY es algo que este «Path to Hocma» lleva grabado a fuego y algo que por lo menos a mi, me provoca de antemano una simpatía especial hacia el artista. Viendo que este bien entendido amateurismo encima desemboca en un resultado más que profesional, es complicado ocultar el asombro.
A continuación resalto unos cuantos datos sobre el disco que veo incapaz de eludir en la reseña: Grabado sin amplificadores, sin guitarras, sin estudio… únicamente con un bajo eléctrico; compuesto, interpretado y producido por el propio David; las colaboraciones externas se reducen a un currado artwork obra de Leyre Otermin, una trompeta aislada (Nico Zubia) y algunas colaboraciones vocales, especialmente las de Urko Eizmendi, Joseba Ruiz y Rubén Ramos, de los grupos guipuzcoanos Krilin, Dazein y Cohen, respectivamente; registrado mediante licencia Creative Commons y libremente difundido incluso en formato físico, con la única opción de hacer una donación si se desea.
Tan partidario como soy de su filosofía, no quisiera correr el riesgo de darle más cancha a esta que a la música. Complicada de definir, la suya es una curiosa mezcla metálica matizada por la componente post-hardcore o atmosférica, según convenga. Esto a su vez se ve adornado con frecuencia de sutiles detalles de sintetizadores, coros, voces filtradas, etc. Todo esto es patente desde que comienza «The Town» que arranca a gritos a modo de cruce de hardcore y death metal para ir enrareciendo su ambiente hasta tornar en un particular estribillo melódico aunque sin letra. Tal vez la producción casera le aporta un sonido seco y crudo, que si bien no lo hace fácil de escuchar le otorga más personalidad.
«The Desert of Real» es una instrumental inquietante y juguetona, un plano de irrealidad en el que parecen cruzarse Tom Waits y David Lynch. Los aires de banda sonora, lejos de diluirse de nuevo en la agresividad, continúan vagando por la penumbra desértica, llevando enseñanzas de Morricone al terreno sombrío del post-metal. Clint Mansell, Earth y Cult of Luna parecen darse la mano en las maquinaciones de 413, antes que ecos matemáticos deriven en el post-hardcore de «The Bindu Sea: Cloudy», repleto de disonancia, turbulencia y finalmente con un halo de esperanza con voces melódicas que contrastan con las rasgadas.
El periplo nos lleva por cordilleras repletas de desnivel. Con «The Brigit Mountains» ascendemos hasta un muy sugerente clima rítmico a base de baterías y ruidosas distorsiones y en el claro vuelven a aparecer las voces melódicas, esta vez más etéreas y luminosas, recordando a Thrice, antes de que todo se nuble y una tormenta tiña todo de gris, primero la paranoia y después la desolación. El temporal pasa de camino a «The White Mountains», delicado instrumental que deja atrás la maleza y nos asombra, sonando realmente orgánica.
Con «The Swamp» regresa la locura de mano de los gritos desesperados y un insano clima a base de teclados y baterías fuera de quicio. Lo cierto es que el excesivo protagonismo de estas partes vocales chirrían y resultan excesivas en ciertas partes del disco, pero aquí la compenetración final de las diferentes voces alcanza un estado de sublimación y unas cotas épicas memorables. De vuelta al clima relajado, «The Hocma Point» juega con una acústica grave y emocional que rezuma desesperanza.
El comienzo de «The Ophoist» irradia épica heavy por su parte y, pasando por alguna atmósfera a lo Nine Inch Nails llega a los torrentes de Neurosis que se calman al aproximrse al mar. El piano de «The Virus Ophoiste» parece una letanía de despedida de un disco lleno de intensidad. Oculta además a «The Yethunter», donde da rienda suelta a su vena más metalera y aunque tiene un comienzo más mathcore y no está exenta de sonidos interesantes, se enfoca más a la pura diversión que el resto del disco, de corte conceptual.
Este segundo trabajo de 413 es una obra ambiciosa que apunta alto y sale victoriosa, con pequeñas bajas. Consigue que las fronteras de canciones queden completamente difuminadas ante una escucha no atenta al cambio de track. Sus pasajes enlazan perfectamente desde los momentos de post-metal más crispado hasta las dinámicas más cinematográficas. Sin embargo, tanto abarcar deriva en una montaña rusa de sonidos que a la larga lastra un poco la experiencia auditiva. Aunque el difuminar barreras entre géneros se encuentra en la misma raíz del proyecto, acentuar el sorprendente lado ambiental sobre mezclas más vistas de metal, hardcore y noise podrían hacerle bien.