Tras ver dos veces a Tortoise y en ambientes tan diferentes como el furor del Primavera Sound al aire libre y en la Sala BBK, sentados y tranquilamente, podemos decirlo desde el comienzo de la crónica. A todos los halagos que los de Chicago deban recibir por estar en la vanguardia y por sus ansias exploradoras, hay que adjudicarles el galardón de uno de los directos más impresionantes. Asimismo, tras el sublime concierto de Lambchop y ahora este, también podemos declararnos fans de la Sala BBK, no sólo apta para leyendas del rock, el blues o el jazz, sino también para acoger figuras de culto de la música moderna. En este caso, no podemos sino constatar que el ciclo Bilbao BBK Live Bereziak ha rozado la excelencia y no sabemos si el festival al que sirven como anticipo será capaz de rayar a esta altura.
Vamos al grano, Tortoise son una banda con cinco miembros. Lo que nadie sabrá decirte es quién toca qué. Y esto es porque tenemos un escenario con dos sets de batería enfrentadas en el centro, dos metalófonos en los lados y en la retaguardia un par de sintes y por supuesto las guitarras. Jeff Parker y Doug McCombs, bastante fieles a la guitarra y el bajo parecen la rara avis de una banda en la que los otros tres miembros tocan la batería, los diferentes metalófonos, otra guitarra y sintes, según la canción demande. Resulta espectacular contrastar dentro de lo impecable de ambos, el estilo más sobrio y medido de John McEntire a la batería con el más expresivo y animal de John Herndon, que en ocasiones parece hacer honor al recurrente cliché de pulpo humano.
Silencio sepulcral en todo momento entre canción y canción por parte de un público absorto y de una banda poco acostumbrada a comunicarse verbalmente, dado que no lo hacen con su instrumentalismo puro. Muy alejados de la sensación de banda de post-rock al uso, sin llegar a ser una banda de noise-rock, ni tampoco una de jazz, sino un híbrido mutante de todo ello, va llevando desde pasajes cinematográficos a crear irresistibles grooves, atmósferas espaciales y krauts titilantes, espasmos rítmicos por doquier y distorsiones de guitarra que parece que cobren vida y se le escapen de las manos a Parker. En definitiva un prog-rock contemporáneo que recupera el espíritu indefinible del término.
Pese a que McEntire es el que ostenta el título de cabeza pensante de la banda, incluso en un colectivo en el que se palpa la inquietud de todos sus miembros, diría que en directo se impone a lo cerebral el carácter más físico del citado Herndon, verdadero espectáculo ya sea ceñido a la batería o manejando los sintes con una mano y golpeando los platos con la otra mano desnuda, etc. Y es que el impacto y la pegada sobre el disco es lo que prima. Escalofriantes también los momentos de desarrollos más cinematográficos en los que se ve a todos los miembros de la banda arrojando partituras al suelo constantemente para clavar esas sincronías, dando un efecto casi como si fuera parte de una performance.
No podemos sino agradecer que músicos de esta talla se dediquen, en fundamento, a hacer rock. Y que, por encima de buscar el propio placer de lo intrincado, lo que ofrezcan sea un espectáculo divertido, equilibrado y vibrante. Hasta invitaron en una ocasión al público a dar palmas, cosa que da bastante respeto, por miedo a arruinar el clima que la banda ha construido.
También cabe destacar ese huir de la autocomplacencia, siendo poco amigos de repetir setlists, lo que debe ser una dificultad extra para una formación así. Sabemos sin duda que sonaron el jazz distorsionado de «High Class Slim Came Floatin’ In», la ciencia ficción de «Charteroak Foundation», la poderosa «Crest» con todos sus cambios de fase, «Eros» con ese incesante soniquete de metalófono y teclado, etc. Y es que discografía tienen de sobra y mientras sigan entregando directos de este nivel nos importa bien poco que desde el genial Beacons of ancestorship (2009) no hayamos tenido nuevo material discográfico.
Por todo ello pero sobre todo, por dejarnos una vez más boquiabiertos, concierto destacado de la temporada.