Con la primera edición que el Tomavistas celebra en el Parque Tierno Galván sentimos que se consolida un modelo. El festival ha seguido fiel a la intención con la que nació, dando cabida a grupos estatales, en su mayoría ajenos a lo que podríamos denominar el «pack festivalero» habitual. Una elección arriesgada y una forma lenta de llegar al éxito, pero esperamos que se hayan cuadrado números y la cosa tenga continuidad.
El primer día nos acercamos pronto a ver a los jienenses Blam de Lam, a quienes escuchamos más desde fuera por aquello de no tener claro por dónde acceder al recinto. Con aún muy poca gente dentro, sí que llegamos a tiempo de ver a Sorry Kate en el escenario Mondosonoro (el pequeño), cuya extraña y postmoderna mezcla de influencias se nos hizo indigesta a esas tempranas horas. Lucha de sintetizadores, ritmos rotos, voces cambiantes y una propuesta que parece hecha más de cara al estupor que otra cosa.
Foto del escenario grande del recinto antes de que empezaran los conciertos.
Con Las Ruinas la cosa empezó a ir sobre ruedas. Los himnos de indie-rock y garaje y la descacharrante lírica de los barceloneses de adopción, demostraron desparpajo y ganas de mover a un público que aún quedaba algo escaso para el escenario grande. Y es que vaya escenario grande. El enorme anfiteatro verde del Tierno Galván es un tesoro redescubierto para el rock, que esperamos que se use más, pero siempre tratándolo con cuidado. Por ejemplo con la medida ecológica del vaso reutilizable o la escrupulosa limpieza que se llevó a cabo durante el propio festival. Nos enamoró.
Nuestra primera parada señalada eran los valencianos Cuello que una vez más demostraron la fuerza optimista de su cancionero. Mientras ellos derrochan energía y electricidad, se nos sigue erizando el vello con temas como «Trazo Fino», aunque su guitarrista se quede sin voz en los coros. ¡Esos coros! Pero para la mayor parte del público del Tomavistas eran sin embargo Novedades Carminha el primer gran reclamo de la tarde. El trío gallego, cuarteto en directo, sabe mover al personal como unos Siniestro Total en la epoca de los festivales. Eso se notó en el numero de fieles congregados dispuestos a bailar «Antigua pero Moderna» y otros éxitos que suenan exactamente así, sin fecha concreta.
Con prisa de vuelta al escenario pequeño, pues los horarios eran tan escrupulosos que había que correr si querías llegar a ver empezar el concierto del escenario contrario, a ver a Trepàt. Su propuesta, sugerente y oscura en disco, quedó algo mas barroca y trivial en el directo de los granadinos. Más convencieron como no es ya sorpresa, Guadalupe Plata. Con y sin barreño en vez de bajo, su show es valor seguro y sigue asombrando que su inmisericorde blues, cada vez más variado en directo, se haya hecho un hueco en el paranorama indie.
Como sorpresa tuvimos lo de Lost Tapes, cuyo directo hizo lucir unos temas de reciclaje pop 80 y 90’s: cálidos, agradables y con un plus de pegada en directo gracias a la actitud del ecléctico RJ Sinclair (Tokyo Sex Destruction). Con sus contagiosos bailes de pose adolescente, animaba a un muerto. Más maduro fue lo de Chucho, un grupo ya de vuelta, a medio camino entre el pop y el croon, entre lo básico y lo sofisticado. Y también, por qué no, entre la indiferencia de gran parte del público y el entusiasmo con el himno «Magic».
Con El Último Vecino iba a satisfacer una de mis mayores curiosidades de la temporada. Su segundo disco me ha conquistado con su retahíla de hits de corte 80’s y su pulida producción. Sin ser ningún desastre, la banda se mostró más atropellada en directo. Se ratifican como fenómeno, pero el componente caótico no sabemos si real o impostado por parte de su frontman, no les hace del todo bien. Simpático detalle cantarse el estribillo de «Some Girls Are Bigger Than Others» de The Smiths en medio de «La Noche Interminable», como guiño a las acusaciones de plagio.
UN NUEVO ROCK DE ANFITEATROS
Pasaríamos a algo muy diferente en el escenario grande con Cápsula en una formación especial de quinteto (teclista y guitarra adicional se unieron al trío) para homenajear el «Ziggy Stardust» de Bowie, algo que, recordemos, la banda lleva haciendo desde antes de que la camaleónica estrella nos dejara. Aunque hubo problemas con la voz, los himnos universales, el buen hacer de la banda y las habilidades escénicas de Martín Guevara hicieron de ésta una actuación memorable que no sólo vivió de «Five Years» o «Moonage Daydream». Una vez culminado el disco con «Rock N Roll Suicide», cayeron otros hits como «Rebel Rebel» (no, no era la de Amaral) o «Heroes». Muy emotivo.
Lo que quizá no entendimos del todo es que el último concierto de la noche fuera en el mismo escenario grande, provocando un parón musical que a buen seguro provocó la huida a casa de muchos. Una pena, porque aunque parezca que A Place to Bury Stangers ya han superado la sorpresa de sus primeros tiempos a nivel discográfico, su directo sigue siendo fiero, oscuro y caótico.
Sobre un escenario apenas iluminado más que por haces de luz que incidían sobre las siluetas del trío, desplegaron su arsenal de post-punk ruidoso. El volumen no fue brutal, pues el festival no se distinguió por ello, pero no hizo falta. Torturaron pedales, lanzaron guitarras al aire e incluso salieron bajista y guitarrista hacia el centro del recinto donde se formó un corro en torno a ellos mientras seguían haciendo ruido, como si estuviéramos en una rave postapocalíptica. Todos dábamos por hecho que tras varios minutos en esta tesitura, el concierto había finalizado. Pues no, volvieron al escenario, retomaron la canción interrumpida y ofrecieron unas cuantas más. Curioso ejemplo de cómo dar un concierto triunfal en un estilo tan poco dado al rock de masas como el suyo. Se nos hizo tarde.
Crónica del sábado del Tomavistas 2016
Crónica del domingo del Tomavistas 2016