Da un placer casi indescriptible el poder ver a un par de tus ídolos en una sala de tamaño moderado como el Kafe Antzokia. Con Sonic Youth ya no era posible, el peso de la historia de una de las bandas mayúsculas de la música moderna ya no permitía verles tan de cerca, pese a lo nada complaciente de su propuesta. La clave de ese tremendo genio de los neoyorkinos residía en la creatividad de sus cuatro piezas sin excepción. Es normal pues que, con la banda está disuelta (los últimos rumores de la prensa rosa alternativa apuntan a un regreso complicado), los proyectos comienzan a despuntar. De momento Lee Ranaldo se ha llevado la palma con un disco en el que mira al power-pop y al rock de raíces folk.
Es cierto, Ranaldo busca más la canción, pero eso no significa ni muchísimo menos que deje atrás los climax ruidísticos, ni la tortura a su arsenal de guitarras en directo. De hecho, se acompaña de un segundo guitarrista con un papel más discreto pero una destreza al nivel de la del canoso músico. La sección rítmica la formaba un más que competente bajista y alguien que, sin aparecer su nombre en letras grandes, se diría que es tan protagonista como el propio Ranaldo.
Steve Shelley parece inofensivo, no tiene pose ni aspavientos, pero desde luego acaparaba gran parte de la atención con su toque y su feeling, tanto en los momentos más atmosféricos, en las repeticiones hipnóticas (no podíamos evitar acordarnos de su recientes aventuras junto a Michael Rother) o directamente recreando tormentas que recordaron a las mayores turbulencias de Sonic Youth. Una banda con un batería así de entregado, siempre será otro nivel. Ranaldo es obviamente consciente de esto al llevarse a su compañero de gira aún con su proyecto personal.
Un proyecto que a tenor de su actitud, todo simpatía y comunicación hacia el público, no deja de darle satisfacciones. El músico no reparó en explicarnos los temas más importantes que había detrás de las piezas que interpretaba, ya fueran recuerdos de juventud, dedicatorias a Joni Mitchell o reflexiones en torno a las protestas de Wall Street.
Muy pronto sonaron «Off the wall» o «Angles» singles y, sobre el disco, entre lo mejor de ese disco que viene presentando. Pero cual sería nuestra sorpresa de que el concierto fue un crescendo casi continuo, cada vez más intenso, con luchas más encarnizadas en lo instrumental y alternando temas llenos de misterio y extrañeza como «Xtina As I Knew Her» o «Hammer Blows» en la que ya sacó un arco de violín para violentar las cuerdas, con canciones nuevas que prometen mantener la excelencia, al menos en directo y versiones a cada cual más agradecida como el «Everybody Has Been Burned» de David Crosby o «Thank You For Sending Me An Angel» de Talking Heads, pistas de las diferentes corrientes musicales que se cruzaron en su camino al ahora de dedicarse a la música.
Fácilmente el enlace de esta última versión con la poliédrica «Fire Island (Phases)» fuera uno de los grandes momentos del concierto y evidencia de la destreza del música y la banda para pasar de las texturas melódicas al rock más furibundo. Y es que si algún fan de Sonic Youth dejó de acudir por pensar que Ranaldo iba a dejarse el ruido en casa, hizo muy mal. Porque si, los ecos a REM o a los Byrds del disco estaban ahí pero bajo capas de ruido y ritmos trepidantes que, si bien tampoco consiguieron que el público se moviera demasiado, a buen seguro que dejaron contento a cualquiera interesado en la trayectoria del músico y su banda de siempre. Incluso hubo algún breve momento de ese tan personal «croon» libre de Ranaldo a la «Skip Tracer» que emociona.
Pero no se trata de nostalgia, se trata de que Lee Ranaldo ha hecho grandes canciones y conciertos con Sonic Youth. Y sigue haciéndolos con su nueva banda. En definitiva, las cosas no han cambiado demasiado y eso es algo para celebrar. También lo es que podamos ir a ver a un artista rondando los 60 años debido a su trabajo rabiosamente actual y no por revivir pobremente viejos cancioneros, como tantas veces ocurre.