Escuetos y envueltos en ese toque arty que se le presupone a New York, Parquet Courts aparecieron en la planta superior del Kafe Antzokia en plena resaca del Primavera Sound. Suponíamos que esto, junto a la entrada no excesivamente barata (15/18, sin teloneros y en un martes ya de junio) podía augurar un aforo pobre, pero pronto se ratificó el tirón del cuarteto y el espacio se llenó de público joven y mayor casi por igual. El primero, como es lógico estaba algo más por el pogo, pero sólo cuando la banda lo permitía.
Alternándose los dos guitarristas y bajo el papel de la voz, según los temas requirieran una voz más gritona en la onda garaje-punk o a lo spoken-word tipo Mark E. Smith, comenzaron fuerte con temas de su aclamado «Light Up Gold». «Master of my Craft» y «Borrowed Time» hacían presagiar un gran concierto, vibrante desde el inicio y desde luego fueron una buena forma de quemar la mecha y llevarnos hacia su reciente obra que quizá no sea tan instantánea pero cuenta con buenos momentos y la despacharon en directo prácticamente entera. Con «One Man, No City» nos atraparon en su maraña psicodélica de ritmos y se nos descubrieron como una banda personal en tanto en que no rinden pleitesía a ninguno de sus referentes. Hubo climas de la Velvet Underground, pero también un mayor gusto por la concreción y la contundencia. Igualmente escuchamos pasajes a lo The Fall, pero con un sentido de la canción más desarrollado.
Los cada vez más presentes teclados introducen un componente interesante en la banda no solo enriquecedor en clave sonora sino revelador de que la banda se toma a sí misma y a sus canciones mucho más en serio de lo que quieren dejar ver. El post-punk kraut de «Dust», el cowpunk de «Pathos Prairie», o esa balada de estribillo épico que es «Human Performance» brillaron con luz propia entre otros ejercicios de rareza que muestran esa cara más arisca del cuarteto. Pero sin duda quedó clara la mayor madurez de la banda en los terrenos de la composición. Algo que, salvo algún momento en que teclado y guitarra se atragantan, saben llevar a la perfección al directo. Enre tanto y con razón, la banda llamó la atención con su particular humor a un espectador que sentado a pie de escenario les daba la espalda mientras miraba su móvil. Hay gente siempre para todo.
Pese a basar radicalmente el set en ese último disco, para el final del concierto se guardaban alguna perla de su pasado, apta para bailar un poco más rápido. «Light Up Gold II» y «Sunbathing Animal» fueron dos bombas punk-rock para finalizar un recital que reunió lo que para mí son las dos claves de un buen directo. Por un lado la diversión pura y dura. Por el otro, encontrar la propuesta no sólo sugerente sino que deje un poso de expectación por ver hasta dónde llegará la banda.
La gran y única pega la pondría el reloj. Los neoyorkinos tocaron poco más de la hora. Sabemos que es parte de su esencia y hasta ahora lo habíamos aceptado así con buena gana (aquí un partidario de los conciertos cortos), pero ya con tres discos notables en su haber no hay excusas para estirarse un poco más cuando el público estaba visiblemente involucrado y se quedó pidiendo más.