Ramón Rodríguez y compañía aterrizaron sobre el escenario del Teatro Central menos de un cuarto de hora después de la hora oficial de comienzo del bolo, y eso porque la banda de acompañamiento había llegado tan sólo media hora antes por una avería en la furgo y habían tenido que hacer la prueba de sonido deprisa y con el tiempo encima (los escuchamos desde el vestíbulo principal del Central). Eso nos contó el protagonista de la función, y me parecía adecuado aclararlo para dejar constancia de su profesionalidad ante circunstancias en las que otros habrían comenzado hora y pico después o directamente habrían cancelado.
Así que, como decíamos, casi inmediatamente después de terminar con el sonido, ya teníamos a los siete interpretando “Lo bello y lo bestia” ante un Central casi lleno en modo butaca. No tardaron en caer “Algunas personas del valle” y “Kill Raemon”, antes de que Ramón hiciera el primer, de muchos, incisos; en este caso para comentar las dificultades mencionadas. Prosiguió, ya intercalando clásicos de su creciente discografía entre lo nuevo. “Sucedáneos”, “La dimensión desconocida”, “La cafetera” o “El saben aquel que diu” fueron de lo mejor recibido de la noche, recuerdo de cuando saltó al ‘estrellato’ como cantautor indie sin que nadie se lo esperara, pero sin que lucieran menos por ello “Consciente, hiperconsciente” o “El refugio de Superman”.
La banda consiguió un buen sonido en los momentos de contundencia eléctrica, aunque tres guitarras eléctricas a menudo ahogaran las delicadezas del teclado y, sobre todo, del casi inaudible violín. Pero en el último tercio, que Ramón afrontó en solitario a la acústica, se hizo palpable que había un problema de acoples, que aunque se esforzó por arreglarlo avisando al técnico, no se consiguió solventar. El catalán le quitó gravedad al asunto soltando diversas chanzas y chascarrillos sobre actualidad (el gobierno del PP, Vetusta Morla, el concierto para niños de la mañana…), mientras afinaba con frecuencia su instrumento. Todo un showman, vamos. Fue en ese tramo cuando sonó “Te debo un baile”, probablemente su tema ‘prestado’ más famoso.
Con “Tú, Garfunkel”, de nuevo con la banda al completo, se despidieron, para con los aplausos hacer el consabido bis. En modo eléctrico ya hasta el fin, interpretaron algunos temas más que faltaban de Libre Asociación, como “Verdugo” o la muy adecuada para terminar por su épico romanticismo “Llenos de gracia”, que acabó con gran parte del público bajando hasta casi rodear a la banda a instancias del músico. Y no seremos nosotros los que digamos que The New Raemon no merece ser arropado de esa manera.