Última fecha de la gira que llevaba a Micah P. Hinson por España tocando el «Trompe Le Monde» de los Pixies. Por lo visto es un disco que marcó la vida del cantautor, ese necesario catalizador que para muchos sería un «Nevermind», por ejemplo.
Abrieron la revivalista noche de forma muy acertada los locales Tom Boyle, que resolvieron el complicado reto de telonear algo así con una idea similar; atacar el repertorio de Galaxie 500. En sus manos sonó menos slowcore, menos lánguido. Las melodías tomaron más cuerpo, algo en lo que influyó la voz de su cantante y bajista. Por ese lado se acercaron al pop, mientras que la guitarras, distorsionadas y crujientes por momentos jugaron con el shoegaze. Un repertorio basado sobre todo en las memorables canciones de On Fire, como «Another Day», «Isn’t It a Pity» o «Strange», que nos llevó del dream-pop al rock alternativo en una tesitura como decimos, no tan lo-fi como la original, pero muy agradable.
Después salió Micah con sus secuaces de Tachenko, dos guitarras al frente, mientras el bajista y corista haciendo las imprescindibles veces de Kim Deal se situaba detrás junto al batería. El estadounidense, tan personaje de por sí con sus enormes gafas blancas, su atuendo de épocas pasadas con un cordón naranja desabrochado haciendo veces de cinturón se veía incluso más esperpéntico en esta ocasión. Despojado de su guitarra, con un cabestrillo en su brazo derecho (secuelas de un accidente de tráfico que truncó el arranque de esta misma gira), un atril con las letras y un micrófono estilo clásico sobre el que se abalanzaba tratando de alcanzar el ímpetu de Black Francis, parecía un punk-rocker maniatado.
En primer lugar algo que no acabó de cuajar fue la forma de interpretar el disco. Se entiende que ni son una banda al uso ni llevan toda la vida familiarizados con el repertorio, pero «Trompe Le Monde» es un disco para tocar seguido, sin dejar aire, ni siquiera para presentar las canciones. El ritmo del concierto pudo haber sido mucho más apabullante de seguir esta máxima tan propia del punk-rock.
Respecto a la banda, nada que objetar, clavaron prácticamente la totalidad del disco, sin demasiados aspavientos, ya que ni los Pixies son una banda de guitar-hero ni toca lucirse cuando interpretas temas de otros. Las miradas estaban puestas en el de Memphis, claro. Empezó algo renqueante, se le atragantaron las melodías de la inicial «Trompe Le Monde» y en «Planet Of Sound» nos dio la sensación de que ponía demasiada personalidad a la rareza de su voz, algo que a la vez lo acercaba a la excentricidad original de Francis y lo alejaba.
Pero fue sin duda un claro caso de concierto in crescendo. Así, si «Alec Eiffel» podría haber sido algo más explosiva, descubrimos con «The Sad Punk» como curiosamente se le veía más cómodo en los momentos salvajes que en los melódicos. Con la misma furia original, Micah se entregó a los arrebatados alaridos y rugidos maníacos del tema. En este momento la actuación hizo un «clic» importante y a partir de aquí la mayoría fue como la seda. Se equilibró el impacto de grandes temas y notable ejecución, ya fuera la re-energizada «Head On» de Jesus & Mary Chain, el caos rockista de «U-Mass» o «Palace of the Brine» que afortunadamente sí enlazaron con «Letter to Memphis», lo contrario hubiese sido de juzgado de guardia.
Así, para la mitad del concierto, la cosa era imparable y la sucesión de canciones tan entrañables como inspiradas iba tocando la fibra de forma irremediable. Nos derretimos con «Bird Dream…», enloquecimos junto a Micah con «Space (I Believe In)» o bailamos con «Lovely Day». Llegamos así a la favorita del músico, que lo razonó porque la canción trata sobre el espacio y para él espacio significa libertad. Era «Motorway to Rosswell», una de las mejores canciones de su generación, en palabras del músico. Con «The Navajo Know» completó un concierto en el que su voz no abandonó el reverb, para llegar al nivel de estridencia de Francis. Algunos seguimos sin entender para qué necesitaba el atril con las letras si tan fan del disco es y la verdad es que no parecía usarlo mucho. No me extrañaría que formara parte de su show.
Finalizado el concierto aún nos quedaba Micah para un rato, esta vez con sus canciones e incluso una versión del «Not Dark Yet» de Bob Dylan. Nos interpretó cuatro temas acompañados de la banda y en esos momentos pudimos apreciar su talento en donde mejor se mueve, en las aguas del emotivo crooner, mejor que poniéndose el traje de indie-rocker. Y cuando ya parecía que el concierto había finalizado con una duración aceptable volvió a salir, sorprendentemente se deshizo del cabestrillo, tuvo una lucha sobre el escenario ajustándose la correa de la guitarra con una mano y finalmente se la colgó y tras varios gestos de dolor comentó que era la primera vez que tocaba el instrumento tras el accidente, desoyendo las recomendaciones médicas.
De esta forma interpretó un par de temas en solitario. Mención especial en estos momentos para un público (siempre los menos, pero que molestan como los más) parlanchín y pueril, haciendo burla de los lógicos llamamientos de otros a callarse y así inundando momentos silentes de la actuación, con sarcásticos y sonoros «shhhhhhhhhh». Finalmente la banda regresó con el bajista pasando a la guitarra en su emblemática «Beneath The Rose», que culminó con Micah golpeando sus maracas contra los platos de la batería. Sin duda un momento muy intenso para cerrar la velada.