Volvía Mark Lanegan a Bilbao y como ya es costumbre con un apretado cartel de amigos y correligionarios. Y es que no seremos nosotros quienes nos quejemos de 3 conciertos, pero eso entre semana es peligro garantizado. O comienzo temprano, o fin tardío o probablemente ambas, con desajustes temporales más que probables. El músico de Seattle venía esta vez para presentar un «Phantom Radio» que fácilmente es el disco de más fría acogida de toda su carrera, pero eso no iba a hacer que los incondicionales se quedaran en su casa. La leyenda es grande ya a estas alturas.
Abrieron The Fade Dunaways, que son la banda de Fred Lyenn Jacques y Aldo Struyf, este último miembro de Millionaire y Creature With the Atom Brain y colaborador asiduo de Lanegan desde «Bubblegum». Viendo los miembros de la banda, todos ellos acompañantes de Mark Lanegan o de Duke Garwood, está claro que es una forma de rentabilizar la gira. Como apertura fue curiosa, música de carácter industrial y ambiental, ruidosa pero juguetona al modo kraut. No fue genial, pero tampoco disgustó y siempre se agradecen propuestas diferentes a la del grupo principal de la noche.
No fue el caso del británico Duke Garwood, otro músico que se ha convertido en inseparable de Lanegan en los últimos tiempos. Su directo se componía de él a la guitarra y voz más un batería. Pese a la indudabe trayectoria de Garwood y sus obvias tablas, el concierto se hizo denso y falto de carácter, incluso entro de su brevedad. Cuando te enfocas a un género que se mueve en los terrenos del blues o das mucho o tu actuación no brilla ante un público ajeno a tu repertorio, como mayormente era el caso. Por supuesto, hubo momentos más enérgicos pero buena parte del recital fue lastrado por la monotonía y la espera.
DESTELLOS DEL PASADO
En el concierto del protagonista hubo para todos los gustos, como su momento discográfico ya lo anunciaba. Su actual experimentación con sonidos electrónicos divide a sus fans, pero no se puede sino concluir que Mark Lanegan salió triunfante del Kafe Antzokia. La cosa comenzó íntima, tan sólo él, su habitual pose agarrando el micrófono y su más que solvente guitarrista. Un inicio fulgurante con «When Your Number Isn’t Up» y un par de temas más que nos devolvieron al Mark Lanegan más básico y bluesero. Fue corto, pero es inevitable ver en ello una especie de regalo a sus fans de siempre antes de pasarse a la faceta de banda, donde su voz queda más sepultada por guitarras y teclados y parece divertirse más.
Tampoco íbamos a quejarnos al inaugurar la faceta eléctrica con su gran clásico «One Way Street». El cantante, una vez pasados los temas iniciales e impuesta la restricción a las cámaras, se despojaba de las gafas de sol. Apreciamos entonces a un Lanegan algo ajado y de una delgada figura muy diferente de la que hemos observado en otras ocasiones. Pero la voz la conservaba bien y lo demostró en todo momento. Sólo que, como decimos, en los números más rockeros cuesta que luzca tanto.
ELECTRÓNICA Y MOTORIK A MARCHAS FORZADAS
Pronto entraríamos en esa senda en la que se mezclan guitarra y teclado con una gran interpretación de «Gray Goes Black». Da la sensación de que va cogiéndole el truco en directo a este tipo de temas, pero aún así, hay un punto de urgencia que no parece casar del todo con la música de Lanegan. Le pasaría de nuevo con esa discotequera «Ode to Sad Disco», que del impacto inicial acaba sonando cansada aunque todo hay que decirlo, su minutaje es excesivo también en estudio. Con la que no hubo patinajes fue con esa poderosa «Hit the City» que incluso sin PJ Harvey se ha convertido en uno de los pilares fuertes de su directo, demostrando que «Bubblegum» continúa siendo su disco rockero más acertado. Más nos sorprendió la inclusión de «Morning Glory Wine» de aquel disco. Lo que hace necesario destacar en este punto la versatilidad de una banda que le acompaña a la perfección en los momentos más calmos y en los aguerridos.
De «Blues Funeral» hubo bastante, al menos de lo más impactante. O sea, desde la agitación fuzz-blues de «Riot in my House» que incendió el Kafe Antzokia a la titineante «Harborview Hospital», que de nuevo demostró ser el tema en que mejor ha sabido encauzar su carácter dentro de una base synth-pop. Pero fueron los temas de su «Phantom Radio» los que se agolparon hacia el final, quizá forzando la idea de que con ellos se puede conseguir el climax de un concierto. Por nuestra parte salvamos esa especie de homenaje a Joy Division que es «Torn Red Heart» que sí huele a clásico y puede que «Death Trip to Tulsa» diera el pego como falso final, pero el regreso tras los bises con ese reciente clásico que es «Gravedigger’s Song» y la cerradísima ovación que la siguió, dijeron lo contrario. A continuación entró su compinche Duke Garwood para interpretar la reposada «I am the Wolf» y la de nuevo krauty «The Killing Season».
Pero fue con «Metamphetamine Blues» con la que acabó la cosa en lo alto y sin ninguna opción de regreso, pues el guitarrista se quedó solo para avisarnos de que Mark estaría en la mesa de merch firmando. No hubo por tanto ningún guiño a los añorados Screaming Trees y tan sólo una salida del guión con una versión («Deepest Shade») de los Twilight Singers de su amigo Greg Dulli. En balance, un concierto que cumplió expectativas pero estuvo lejos de la redondez. Sólo podemos esperar que Mark Lanegan termine por perfeccionar esa mezcla de rock y música sintética que tanto le gusta ultimamente. Como sabemos que el trip-hop está también entre sus aficiones, podría fijarse por ejemplo en cómo Portishead encajaron la voz de Beth Gibbons en «Third».