Y por fin llegó, el concierto más rockero, intenso, visceral de todo Nocturama 2012, y también uno de los más esperados. Y es que como bien recordaron en una de sus intervenciones durante la actuación, hacía más de cuatro años que Lisabö no bajaban a Sevilla, y dadas las buenas críticas recibidas tanto por sus últimos discos como por sus últimos directos allá por donde pasan, todo este tiempo resultaba ya demasiado. Así que aunque últimamente el lleno, o al menos la alta afluencia de público suele estar garantizada en el ciclo (mucha gente va ya por inercia), nos encontramos con una de las noches con más fans o seguidores auténticos del grupo en cuestión.
Soy de los que piensan que a algunos grupos no se les conoce totalmente hasta que se los ve en vivo. Y con los de Irún me sucedía esto. Por muy logrados que sean sus discos y toda la furia que transmitan en ellos, algo me daba que no se podía comparar a lo que estos seis tipos podían transmitir sobre un escenario. Así que tuve que armarme de paciencia (me los perdí inevitablemente en Primavera Sound) y esperar hasta poder plantarme el pasado 15 de Agosto en el CAAC para comprobarlo. Me coloqué en una buena posición y observé cómo, a una mirada cómplice, comenzaron los seis a crear ruido al unísono.
Dos voces. Un bajo. Tres Guitarras. Dos baterías. Todo en Lisabö funciona como una contundente base rítmica cuyo fin parece ser el ayudar a soltar toda la rabia y frustración de la banda durante hora y pico y compartirla con el público; cosa que acaba atrapando a los cuerpos y voces de sus artífices y, a menudo, de los espectadores. De hecho, ya en un comienzo a Karlos se le soltó la correa de la guitarra por los bandazos que le daba al blandirla, cosa que solucionó el sufrido técnico que subió cada dos por tres para estos menesteres, recolocar micros y cosas así. Mientras, el resto se movía a su bola, inmiscuidos en la evocación del ruido. Y hablamos de las dos primeras canciones.
El repertorio estuvo compuesto por piezas de “Ezlekuak” y “Animalia Lotsatuen Putzua”, enlazadas como un bloque, con pocos momentos de completa pausa, salvo para presentarse, dar las gracias y dedicarle el concierto a Jason Noble de Rodan, fallecido recientemente. Y cuando paraban, o parecían hacerlo (solía seguir sonando un solitario bajo o batería), sorprendían a todos con esa compenetración que decía, volviendo a la distorsión y la violencia todos a la vez. Lo dicho, una máquina de seis engranajes perfectamente dispuestos.
El sexteto mantuvo la intensidad durante toda la hora y pico de duración de manera ejemplar, durante los que vimos a Javi gritar como un poseso al público sin micro, caídas de guitarras, golpes contra platos, desconexiones de cables (admitieron que se les había fastidiado un ampli en la prueba de sonido), etc; pero lo del último tercio ya fue infernal. Tras los bises, la cosa se convirtió en una auténtica tormenta, con los dos baterías totalmente compenetrados en su marcialidad; las guitarras aullando, desafinadas, golpeadas por unos músicos que parecían en trance; y un Karlos ya en el suelo, totalmente desquiciado. Se despidieron entre ovaciones, era lo menos. Gora Lisabö. Eskerrik asko.