/Crónicas///

Lisabö – Bilbao (25/02/2012)

Karlos, Javi, Eneko, Iván, Xabi, (Joseba Ponce)
9.0
Kafe Antzokia, Casi lleno
Precio: 10 €

Noche de presentaciones Bidehuts. Primero teníamos a Jupiter Jon. No vamos a mentir, una escucha superficial no nos había llenado. Aún sospechando que algo habría para estar en un sello con señas de calidad tan dispares como Mursego, Audience o Willis Drummond,  lo poco escuchado de ellos no nos deslumbró. Como pasa a menudo, el directo vino a decirnos que son una gran banda de rock alternativo oscuro. Ambientes post-punk, un poco de hipnosis kraut, melódicos riffs, ritmos de corte tribal, una buena combinación de voces masculinas y femeninas, de melodía y disonancia. No son nuevos, vienen de bandas como Akauzazte o los propios Lisabö y ese bagaje se les notó en un directo repleto de ebullición y que nos despertó el apetito por su música. Bien pueden llenar otro capítulo dentro del sello, el más enfocado al indie-rock.

Segundo capítulo, escrito por Lisabö. Sale la banda a escena. Un prolongado silencio en el que los miembros se miran y parecen prepararse para lo que va a suceder entre el crepitar de murmujeos y nervios. La expectación por ver de lo que son capaces los irundarras a día de hoy es grande. «Animalia Lotsatuen Putzua» ha sido uno de los lanzamientos de la temporada para el universo independiente. Y ya no hablamos del vasco, dado que se ha destacado entre lo mejor acogido del pasado año, codeándose con lo mejor venido de fuera. Todo parte del rumor levantado primero por lo que caló en la prensa especializada nacional el ya lejano «Ezlekuak» (2007) y lo salvajemente que fue ratificado en aquellos directos.

Esta vez no hubo tan buenas referencias del arranque de las presentaciones del nuevo disco y por eso queríamos saber si la máquina de Lisabö volvía a estar a la vez tan engrasada y chirriante como antaño. Un golpe de platillo a cuatro manos y de cuerdas al unísono. Era el preludio a un arranque tan vertiginoso y eléctrico como el que abre su última referencia y la prueba de que si el quinteto se identifica con intensidad, íbamos a tenerla desde el primer segundo. Así lo mostraba la disposición de la banda, sus dos baterías compenetrados pero derrochando energía animal, sobre todo Eneko, un Karlos Osinaga encorvándose para dar las primeras dentelladas vocales, su nuevo bajista en constante balanceo y equilibrio sobre sus pies y Javi enfrentándose al micro en fiel reflejo histérico de esa negrura y desesperación de la que su música es portadora.

Puede que ya no tengan el ímpetu de la juventud y sobre el escenario haya menos locuras, pero los cinco miembros son un hervidero de movimientos que reflejan rabia y tensión y proponen una solidificación inmejorable de toda esa mala hostia poética que acompaña a la banda. Hubo momentos con la banda haciendo corro y agitándose al unísono verdaderamente potentes a nivel visual y cada miembro por su lado vibraba con el fervor de la música. Basándose en su última obra y su también aclamado «Ezlekuak» fueron cayendo temas en los que partes del grito más violento de Karlos se alternaban con las texturas algo más melódicas de Javi, cuando no nos encontrábamos a la banda poniendo colchón a locuciones de las letras de Martxel Mariscal, el miembro «en la sombra» de la formación.

Muchas veces los pasajes ya de por sí prolongados y abruptos, eran encadenados, sin ofrecer respiro, como el triplete «Alderantzizko Magia», «1215 Katea» y «Ezereza Mugan», contribuyendo a esa sensación de asfixia sonora tan característica. El público, entregado, ciertamente sobre aviso de que la velada no iba a tener el cariz festivo de muchos conciertos de rock en fin de semana (y eso que no contaron a menudo con el silencio debido). Todas estas sensaciones contrastan, o tal vez no, con lo espartano de la iluminación escogida. Lisabö no se ocultan, sino que hacen uso de una potente luz blanca que permanece inmóvil toda la sesión, huyendo de artificios. Y hablando de lo que rodea a la música, durante la primera parte del concierto, veíamos a un personaje ayudando con el equipo. No era un técnico cualquiera, sino Joseba Ponce (Dut) que se lanzó finalmente a añadir más ruido a los ya de por sí cargados ambientes de la banda con un segundo bajo.

Hubo unos bises muy generosos que alargaron el concierto hasta la hora y 20 más o menos, duración suficiente e incluso sobrada para dar cuenta de su cancionero de última época. Por supuesto aquí nos regalaron los momentos más furibundos y ruidoso de su puesta en escena, si bien el concierto fue dominado por una intensidad a un nivel similar, la que marca su propio cancionero. Rasgueos obsesivos de guitarras, gritos desesperados fuera de micro, golpes de batería como si fueran los últimos, e incluso Joseba pateando el plato de una de las baterías. No faltaron algunos de los momentos más ilustres de «Ezlekuak» como «Hazi Eskukada I» o las emocionales melodías de «Bi Minutu» para cerrar una experiencia visceral que contribuye y de qué manera, a que las canciones se te graben a fuego y cada golpe de riff, cada grito, son ya más parte de ti. Una pena que no giren tanto como nos gustaría, aunque tal vez lo hagan conscientes de que la excesiva repetición, al menos para el público, podría degradar la experiencia.

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25 de febrero de 2012