Jardín de la Croix son una banda con unos cuantos años a sus espaldas que les han brindado un crecimiento natural, algo no tan habitual hoy día. Es decir, destacaron desde un comienzo, nunca fueron sujeto de hype y desde ahí han incrementado su base de fans yo diría que más directo a directo que disco a disco. Porque aunque no se puede negar cierto avance compositivo, el cuarteto madrileño sigue fiel a una forma peculiar de ver el rock progresivo, que integra elementos del math y el post-rock pero no acaba de decantarse por un terreno concreto.
Por ello, cuando se anunció el concierto de la banda en el Kafe Antzokia, el templo del rock bilbaino, pensé que se la estaban jugando a lo grande. Incluso me aseguré de mirar que no tocaran en la sala superior, con un aforo quizá más acorde al público que otras veces les había visto en la ciudad. Pues bien, la sala no se lleno, pero quedó en torno a un medio lleno muy triunfal para una banda estatal e independiente. Tras mucho festival especializado, teloneo a formaciones reconocidas y por qué no decirlo, algo del efecto Aloud, marca referencial ya de los sonidos instrumentales, Jardín de la Croix se han ganado el corazón del público. Desde luego, del bilbaino sí.
Primero tomaron el escenario los donostiarras Hyedra. Se trata de un quinteto de post-rock con riffs metalizados en la más pura onda de Toundra y Russian Circles. Dominan el género, desde las partes arrastradas y melancólicas, hasta los clímax catárquicos, pasando por la tensión instrumental, pero quizá en 2017 haya que pedirle algo más a una banda de su estilo. Hubo un par de momentos, hacia el final del concierto en que se salieron de los patrones más canónicos, de forma bien diferente además: en un tema sonaron como unos Korn del post-rock, alternando pasajes inquietantes con riffs graves y cabezones; en otro, recrearon por momentos un cristalino de calma psicodélica que parecía el preludio a un motorik kraut-rockero. Esperemos que sean señales de búsqueda de una identidad más propia, pero de momento ofrecen un concierto efectivo y agradable.
Lo que sucede con Jardín de la Croix es justo lo contrario. Ellos irrumpieron en pleno auge del post-rock con una propuesta bastante marciana y parece complicado que alguien vaya a dedicarse a seguir sus pasos.
Los hemos visto muchas veces en directo y esta vez quedó patente que de algún modo, han invertido una cierta tendencia que tenían hacia la monotonía. Sus conciertos eran estallido puro, pero ese chisporroteo en nuestras cabezas corría el riesgo de mitigarse según avanzaba el concierto. Hoy en día, sus composiciones siguen siendo laberínticas, pero menos mareantes, más dulces y melódicas, algo en lo que incide esa inclusión de teclados. Es complicado, como lo ha sido con todos sus discos, escuchar «Circadia» y sacar estas conclusiones, pero en directo muestran una clara voluntad de epatar menos instrumentalmente y de demostrar más mesura y equilibrio.
Todo ello partiendo de que su destreza instrumental sigue siendo un arma de atracción muy poderosa. Y es que por mucho apabullante juego de luces que les arrope, su forma de tocar es lo que se lleva todas las miradas. Máxime cuando se vienen arriba y uno de sus guitarristas abandona la sobriedad para subirse a la estructura del ampli, como sucedió en Bilbao. Una vez reconquistada la plaza, sólo desear que continué ese crecimiento natural y que un día llenen la sala. ¿Será ya la próxima?