Velada para la nostalgia en la Fever. Por fin, teníamos a El Inquilino Comunista en sala, con su entrada y no en un festival, en una fiesta patronal (tocaron el día anterior en el BAM, aunque Dios sabe que merecen un escenario en las de Bilbao de una vez) o de aniversario de un sello. La cita prometía, me atrevería a decir que había una interesante mezcla del público paisano ya crecidito que les había seguido en su día (las camisas y jerseys al cuello tan getxotarras se vieron más que en ningún otro concierto de rock) y de fans que habían llegado de diferentes puntos de la zona norte, conscientes de la relevancia de esta banda en el indie-rock nacional.
Además la noche la abría otra banda de Getxo reunida para la ocasión, John Wayne o los que hace quince años se hacían llamar así, como dijo su frontman. Está claro que el tono nostálgico reinó durante su actuación con un pop-rock americanista cantado en castellano que hace palidecer el postureo de M-Clan. Melodías sencillas de corte clásico y una versión de Alex Chilton resultaron efectivas para entrar un poco en calor, pero no nos engañemos, una banda más eléctrica hubiese empastado mejor con lo que vendría después.
Enseguida salieron los componentes de El Inquilino Comunista a ajustar el equipo y dejarlo listo para sus acoples y ruidos varios. Unos ruidos estos que desataban pequeñas histerias colectivas, al menos en las primeras filas. Y es que uno se preguntaba si, a pesar de que la sala Santana contaba con un buen número de asistentes, no hubiera sido mejor un evento así en el Kafe Antzokia, tal vez con menos público pero mayor porcentaje de verdaderos fans.
La gente ya estaba expectante así que puede hablarse de fase de calentamiento, si acaso dos primeros temas tras los cuales entraron a saco con «The Fall», primer momento mágico de la noche porque pese a su oscura melodía despertó no pocas sonrisas, que serían prolongadas con dos de los mejores temas de Discasto, las brillantes «Sukie» y «Ohio Girl» ideales para un baile menos frenético. Poco después la cosa volvería a subir hasta llegar a «Speed Limit», una de las crestas de la primera mitad del concierto, que acabó con Juan el bajista, el único miembro no original, tirado entre el público.
No cabe duda de que a temas más antiguos, mayor grado de euforia entre el público. Pero teniendo Dogbox delante no se puede negar que incluso con los temas más flojos se haría un repertorio ganador. Así, tras abrir la veda con «Stagged and Surprised» entraron muy bien temas del Bluff reposados como «Lucy» o «Pastis 91», que hacen que creamos estar en un concierto de Pavement, más crispados como «20 Seconds», algunos de sus himnos más accesibles, como «Wild Life» y «Echocord».
De nuevo y como ya hicieran en su actuación del Bilbao Live, cargaron las tintas eléctricas en la tensión de «The Gag», uno de los momentos más prolongados, mágicos y noise del repertorio, aunque lamentablemente sin versión de «TV Eye» de por medio, como en otras ocasiones. En cambio si colaron la del «Metal man» de Breeders en un formato mucho más eléctrico que el registrado en EP e incluso un tema nuevo que no pintaba nada mal para ser la primera vez que lo escuchábamos.
Por lo demás era curioso ver a un público entregado coreando canciones incoreables, especialmente los ases de la sublimación del ruido que fue su debut, tales como «Brains Collapse», «Charlotte Says», «Domestic Lies» o incluso la reposada pero no menos emocionante «Shot Song». Canciones tan sencillas y con tanto significado para muchos, de un disco que se conserva tan fresco a día de hoy que sus distorsiones siguen quemando.
La segunda vez que salieron del escenario fue definitiva, sin duda dejando con ganas de más y enseguida salió el DJ de turno a cumplir su cometido. Uno esperaba un poco de consideración y que al menos el comienzo del set se encaminara a ese tipo de bandas que han sido importantes para el sonido que El Inquilino fraguó de forma tan natural. Pero no, comenzaron a sonar ritmos de baile inofensivos de los que parece que dominan el indie moderno por lo que para mi y para mucha gente más, la noche había terminado.
Seguramente habrá opiniones para todos los públicos. Algunos pensarán que son una banda innecesaria una vez superada la rabia juvenil que los vio nacer, pero el caso es que por sus gestos y actitudes (amen del hecho de que lleven ensayando todos estos años sin más pretensiones que dar un par de conciertos si se tercia), demuestran que lo disfrutan. Y si nosotros también lo hacemos, no hay razón para que el ritual no se vuelva a repetir de cuando en cuando.