Como si de un cartel de hace veinte años se tratara aparece en escena esta primera edición del festival Twister Open Air, acumulando algunas de las que fueron mejores formaciones de metal madrileño durante la década del 2000. Metal en todas sus vertientes, claro, desde las melodías pegadizas de unos Sôber que se convirtieron en una propuesta que llegaba a todos los públicos hasta las de los eternos Hamlet que ha seguido fieles a su idea de metal agresivo pero con estribillos pegadizos y cara melódica, dejando en tierra de nadie los comienzos verdaderamente bizarros de Skunk D.F.
Así pues en pleno 2014 aterrizaba un festival repleto de un público con multitud de camisetas que llevaban diez años guardadas, aunque para comenzar hubo mucho soplo de aire fresco. El espectacular teatro al aire libre que servía de escenario fue una de las claves del éxito artístico del festival, sobre todo con una visibilidad perfecta y un sonido superlativo durante todos los conciertos (la excepción de Adrift la contamos al final). Por otro lado, al estar aire libre, supuso un duro acicate a los conciertos de los locales Yoruba y Tao Te Kin. A estos últimos, debido a un adelanto leve de horarios apenas llegamos a escuchar unos últimos alaridos de su siempre alocado cantante Emilio. Por lo menos repartieron cd’s con dos temas de adelanto para que los pudiéramos escuchar en casa.
El Páramo eran sin duda la única banda del cartel que no era propiamente de metal, aunque aprovechándose a las mil maravillas de ese sonido nítido y claro del recinto se adueñaron de nuestros oídos de la manera más potente. Es cierto que sudaron la gota gorda sin apenas moverse con los casi cuarenta grados que teníamos, pero al fin y al cabo fue bonito poderlos ver sentado y con un calor casi desértico como el que evocan sus canciones. Los temas de su segundo trabajo fueron la base de su set, con especial mención a cómo la mayoría heavy del evento se pasaron a ese viaje sonoro que es «Aspid». Como ya es tradición decir en sus crónicas: nunca fallan.
Con respecto al concierto de Vita Imana podemos decir que fue el primero concierto que de verdad motivó a la parroquia metalera. Es obvio que están en una forma sensacional con esa especie de aura entre tribalista y extrema, situando la propuesta naturalmente como unos Soulfly locales de lo más variopinta. Y sin inventar nada, hacen bien lo que se les presupone, sobre todo gracias a un vocalista que se dedicó a ir de un lado a otro y a meterse al público en el bolsillo de manera fácil.
Los chicos de Skunk D.F. han cambiado bastante desde aquella obra maestra que es «Neo», sobre todo con los posteriores trabajos que fueron llevando su sonido a unos aires más melódicos. Aún así, subieron al escenario del Egaleo con las tablas que dan los veinte años como banda, aunque si mal no recuerdo sólo queda el vocalista Germán y el bajista Pepe Arriols de aquellos que sorprendieron con esa propuesta entre el nu-metal, ecos de Faith No More y hasta tintes industriales como en «Dentro». Así que esa dualidad de su repertorio se vio reflejada ampliamente en las subidas y bajadas de su repertorio, donde destacaban por su calidad temas como «Cirkus» o «El Cuarto Oscuro», aunque los más recientes cosecharon gran éxito entre el respetable. Es bueno verlos en buena forma, ya que de nuevo volvieron a gozar de un sonido perfecto y de unas canciones que sonaron infalibles.
Lo de Molly posteriormente fue algo más propio de una clase de step que de un concierto de metal, porque durante toda duración del concierto del quinteto madrileño podríamos decir que si bien los músicos de la formación permanecían infalibles, su cantante se paseaba como un torbellino por todo el recinto. Desde luego que es imposible poder hablar mal de la entrega que demostraron todos ellos, con saltos, sudor y muy buen rollo, pero sobre todo el ejercicio físico al que se sometió el bueno de Molly es arena de otro costal. Aparte de eso lió buenas bajándose al público, subiendo a unos cuantos a hacer un mini wall of death y hasta trepando en los hombros de un miembro de las primeras filas. En lo musical destacaron claramente, porque si algo ha conseguido Hamlet mejor que cualquier otra banda de su género y época es haber mantenido el nivel a lo largo de los años, como fue el ejemplo de piezas tan dispares en el tiempo como «Muérdesela», «Jodido Facha», «Dementes Cobardes», «Para toda una vida» o «Limítate» sonando como un todo de la mejor manera posible. Lo peor de todo es que se pasaron un poco de su tiempo ellos y Sôber y fastidiaron el fin de fiesta con Adrift.
Pero si había un cabeza de cartel de la jornada ese era Sôber, y si bien no superaron la descarga de Hamlet y esa comunión con el respetable, con sus pantallas demostraron que son ya una banda con cierto caché. Pero por otro lado quizás es una banda que continúa batallando con esa doble moral de un metal distinto que los encuadra a medio camino entre HIM y Tool, pero al mismo tiempo con un componente demasiado edulcorado desde aquel “Paradysso” que los hizo famosos. Los pasos posteriores de la banda no han ido a mejor para nada, así que de nuevo cualquier tema como “Cubos” de “Morfología” o el cuarteto de hits de “Paradysso” estuvieron a años luz de un resto de actuación realmente monótona. Si las cuentas no me salen mal, ¿no hubo recuerdo de “Synthesis”? Curioso lujo darlo de lado.
Una pena lo de Sôber tardando en arrancar su concierto, afectando de lleno en los ya de por sí demasiado ajustados horarios. El concierto final de la noche, el de Adrift, apenas terminó durando quince minutos. No contentos con eso, las fuerzas del orden (para ser honestos, la propia organización ya se ha disculpado públicamente del hecho) cortaron de golpe dicho concierto, dejando eso si un momento bello de comunión con su público mientras acababan la canción de marras únicamente con el sonido de los amplis. Por si la mala suerte de el mejor grupo de metal madrileño no fuese suficiente se toparon además desde el primerísimo momento con que los ajustes de la mesa de mezcla había sido borrado. Por suerte no tardaremos en tener oportunidad de quitarnos la espinita con ellos.
Al margen de dicho detalle final, el festival fue un festival lo suficientemente pequeño para mantener buen precio de bebidas, un buen sonido y un buen recinto, aunque sin duda que tienen mucho que aprender en torno a los horarios (a mi parecer, demasiado ajustados e incumplidos ya sea por adelantarlos o retrasarlos) y a un recinto peculiar para bien y para mal. Sólo esperemos que haya una segunda edición el próximo verano, que falta hace.
Fotos: Ricardo