Programa doble para inaugurar Nocturama Agosto (por nuestra parte, ya que el ciclo comenzó la semana anterior con la actuación de Bigott). El patio del Monasterio de La Cartuja donde tienen lugar los conciertos se nos apareción repleto de gente un buen rato antes del comienzo de las actuaciones; demostración de que Nocturama es una de las apuestas claras de ocio de los sevillanos en las áridas noches veraniegas, toque quien toque. En esta ocasión, el volumen fue incluso mayor debido a la presencia de Guadalupe Plata, cada vez en mayor alza y subiendo entre todo tipo de público, no necesariamente rockero.
Pero antes fue el turno de Lidia Damunt. La murciana acudía a Sevilla por primera vez para presentar su estupendo “Vigila el fuego”, sola y con la única ayuda de guitarra y armónica. La ex-Hello Cuca nos ganó a muchos con su natural desparpajo, su capacidad para montar un buen show bastándose a sí misma y su colección de canciones que, en gran parte y según sus palabras, hablan de ‘sitios de playa chungos’. Así, a pesar de no acompañar la caja de ritmos como en el estudio, “Edificios con vistas al mar”, “Somos islas mágicas”, “Lengua de lava” o “Esperándote” siguieron sonando igual de bien e igual de particulares. Folk y pop sí, pero punk de actitud.
Tras un rato de pinchada rockera, le llegó el turno al grupo estrella de la noche. Es curioso cómo se forman los fenómenos musicales y populares, ya que aunque estemos acostumbrados dentro de nuestras fronteras a que sean los grupos más cercanos al pop los que traspasen la línea del indie para situarse (unos más que otros) en el mainstream, en este caso nos encontramos con que lo ha conseguido Guadalupe Plata, un grupo de blues-rock árido y de parámetros muy delimitados. Supongo que algo tendrán que ver lo ‘exclusivo’ de su propuesta en este país, que muchos la verán como original, y su interminable gira pateándose el territorio.
La cuestión es que ofrecieron justo lo que esperaba todo el mundo: primitivismo y esencia pura del rock ‘n’ roll, pasado por su particular filtro. Esto es tensión, riffs repetitivos y entrecortados, percusiones chamánicas y las escuetas proclamas, siempre a voz en grito, del guitarrista Pedro de Dios. Este esquema puede aplicarse tanto a temas ya conocidos por todos como “Lorena”, “Pollo podrío” o “Gatito”, que fueron recibidos como puros himnos, junto a composiciones nuevas que siguen las mismas estructuras como “Milana”, “Rata” u “Oh My Bey!”.
A pesar de este inmovilismo, que podríamos incluso detectar como cierto estancamiento, la banda demostró que siguen siendo unos jefes a hora de hacer moverse a la gente y, durante poco más de una hora, ponerlos a bailar el boogie. Que probablemente es lo que busque este trío de jienenses en su tránsito por los orígenes (y los infiernos) del rock más básico.