Fanfarlo es uno de esos grupos extranjeros que parecen ser más famosos en España que en ningún otro sitio. No sabemos si por azar, por extrañas decisiones de promotores o por mero gusto del público, éstos junto a otros como Crystal Fighters, Kakkmaddafakka, Delorentos y hasta The Wave Pictures son reclamados continuamente por salas y festivales de nuestra geografía; a veces parece que más por su carácter de ‘vendeabonos/vendeentradas’ que por su calidad intrínseca, que habría que analizarla para cada caso.
Por ello no nos extrañó ver ya a mucha gente esperando a las 21.30, ante las puertas aún cerradas (y ahora doradas) de Gold, nuevo lavado de imagen a la que hasta hace nada se conocía como Luxuria, pero que sigue manteniendo su clásico nombre de Malandar para los conciertos. Ajenos a movimientos empresariales, entramos y poco tuvimos que esperar para ver a las teloneras en acción.
Lilies On Mars es un joven y encantador dúo femenino que, lejos de dedicarse al folk-pop más florido que pueda presagiar su imagen, apuesta por jugar con los sintetizadores y las guitarras, orientando su sonido hacia una suerte de shoegaze y pop espacial con cierto componente experimental. Venían presentando su último disco, “Dot to Dot”, y aunque su propuesta sonó algo descacharrada en algún momento, en su componente ambiental e inquieta hay algo que nos recordó a los buenos momentos de Lush, Lali Puna o Blonde Redhead. Terminaron con la aparición de Cathy y Valentina, las dos chicas de sus teloneados, para acompañarlas a bajo y batería. Habrá que profundizar en su música.
Fanfarlo salieron ya con la batalla ganadas ante una muchedumbre que a buen seguro estaba compuesta en gran parte por fans. Sin muchos miramientos comenzaron a interpretar su pop preciosista, con frecuentes miradas al chamber pop de Belle & Sebastian y The Divine Comedy, haciendo hincapié en “Let’s Go Extinct”, su recién salido del horno tercer trabajo. Así, a pesar de que en un principio tuvieron algún problema con el violín (no se escuchaba) y más tarde con el teclado (¿se oía demasiado?) o con alguna programación (todos los problemas sobre la tensa cabeza de Cathy), tuvieron la suerte de que su nutrida colección de instrumentos, que incluía además de los típicos del rock y los mencionados saxo y trompeta, sonara bien por lo general y que se distinguieran perfectamente unos de otros en temas como “Ghosts”, “Life in the Sky” o la preciosa “Comets”.
Poco a poco, el sonido del quinteto fue alcanzando todas sus vertientes, desde el pop más épico de “The Beginning and the End”, hasta curiosos acercamientos al soft-rock rama Steely Dan por su elegante uso de cuerdas y vientos. Simon Balthazar se mostró como efectivo maestro de ceremonias, afable y comunicativo, mientras el resto de la banda se centraba en solucionar los mencionados y eventuales problemas y, sobre todo, en el baile de instrumentos y tocar ; repasando ampliamente su última obra pero sin olvidarse de algunos de sus temas más conocidos y bailables, y por tanto esperados por el público, como “Deconstruction” o “Luna”. Así, no extrañó que hicieran un bis, a pesar de que el bajista Justin Finch se encontrara enfermo, para redondear una noche que en ningún momento tuvo visos de fracaso. En su caso, que vengan todas las veces que quieran.