El ciclo Club Alhambra Reserva 1925 recalaba en Bilbao para apoyar el arranque de la gira conjunta de The New Raemon y Jeremy Enigk. Para ello ambientaron un pub como el Mistyk en el que no estamos acostumbrados a ver conciertos y lo convirtieron en un club repleto de miembros del staff, azafata en la entrada incluida y cámaras de fotos y vídeo grabando con gran detalle el evento y a sus participantes. Todo un despliegue para un concierto sobrio, de caracter acústico. Incluso antes de salir a escena, la pareja fue sometida a una breve entrevista en directo. Chocante cuando menos.
No sabemos si como reacción a tanta parafernalia, pero a The New Raemon se le vió como en casa, animado hasta el punto de borrar las fronteras entre el concierto y el monólogo. Entre las clásicas alusiones a lo depresivo de su obra, el barcelonés no reparó en chistes y anécdotas. Entre las mejores, el relato de cómo expuso a Enigk al visionado de la saga de Torrente ante la reprobación de su familia. Pero el humor de Rodríguez no tiene mucho filtro y rozó la vergüenza ajena en ocasiones, cosa por la que ya se excusó al asumir que el problema es que «se hace demasiada gracia a sí mismo».
Pero hay que reconocer que el público entró al trapo y lo acogió con agrado. El culmen de esta delirante comunión vino como no, en «Simon y Garfunkel» donde el cantante se propuso contagiar sus aspiraciones imitatorias al público, haciéndole cantar las líneas finales con voces de Stallone, Fernan Gómez y Bender. Muchas risas y desconcierto, pero sí que da un poco pena gastar tanto tiempo en el chascarrillo en lo que fue un concierto bastante parco enfocado a sus singles («La Cafetera», «Oh Rompehielos», «El Yeti», «Lo bello y lo Bestia») y poco más.
ESCALOFRÍO EMO
Complicado lo tenía Jeremy Enigk después. El sobrio cantautor debía sobreponerse a esa euforia post-Ramón y fue consciente de que su tirón no le garantizaba el papel de cabeza de cartel. Especialmente cuando su repertorio iba a basarse en su carrera en solitario y con fuerte presencia de temas inéditos. Enigk no ofreció el candor de Rodríguez, ni unas letras que el público fuera capaz de corear, pero la energía se palpó desde el primer momento a través de su voz rasposa y sus cuerdas vocales en cruenta lucha por alcanzar el climax de los tonos agudos, al borde del desafine.
Sencillo pero catárquico, arrebatado en ocasiones puntuales, Enigk no se mostró como un anacronismo emo, sino como un bastión de autenticidad de aquel universo adolescente que sigue habitando en muchos. Su directo revelaba además que no existe una composición típicamente Enigk, sino canciones de marcada estructura pop llevadas a su peculiar estilo. Y los temas nuevos pintan tan bien que cuando el músico preguntó si debía seguir tocando inéditas o pasar a otra cosa fue respondido sorprendemente que siguiera con lo nuevo.
Por fortuna guardaría un par de balas de plata para un final de congraciarse con el antiguo fan. Porque reconozcámoslo, no hay seguidor de Enigk en solitario que no lo fuera antes de Sunny Day Real Estate. No tuvieron la fuerza de una banda de rock detrás, pero que me aspen si «Every Shining Time You Arrive» y sobre todo las escaladas a pleno pulmón de «Song About an Angel» no removieron algo por dentro. Enigk tenía su rostro empapado en sudor, a otros se nos empaparon las entrañas.