Noche de moda musical neoyorquina en la capital, con dos actuaciones destacadas que colgaron el cartel de no hay billetes. En La Riviera con unos asentados Vampire Weekend y en la Heineken con la promesa que deja de serlo que son The Drums.
La actuación de los segundos es la que nos ocupa ahora mismo, en un concierto muy condicionado por una sala famosa por su complicada acústica y por un set corto y poco compensado.
Los primeros en salir a escena fueron el cuarteto Two Wounded Birds, que estilísticamente encajaban de maravilla como apertura al mundo The Drums: guitarras surferas, ritmo intrépido y feliz, coros a lo Beach Boys, cierto aroma a rock and roll clásico… En definitiva un buen ejemplo de teloneros que encajan perfectamente por una banda en la que cada uno conseguía bien seguir su papel. Habrá que seguirles la pista, porque estos ingleses prometen mucho, aunque no consiguieran reunir mucha gente a esas tan tempranas.
El caso del segundo telonero, Patrick Cleandenim, fue muy distinto. Una especie de enterrador amanerado (el de la lucha libre americana, si) en riguroso negro, dedicándose a cantar encima de una música lanzada en segundo plano. Patrick, una especie de Boy George indie, se dedica a cantar su electropop gótico pregrabado y el público se dedica a actualizar el Facebook, chatear por el móvil o ir a mear. Fin de la historia.
Para cuando los jovencitos bien vestidos de The Drums les dio por salir, con rigurosa puntualidad, la sala estaba ya a rebosar… Y claro, el porcentaje de gente que molesta con sus charlas y empujones sin sentido aumenta a su lado. Que un grupo como éste llene salas es algo que nos gusta, no quiero que se malinterprete, pero al mismo tiempo causa molestias como éstas con un montón de gente que viene a pasar el rato.
El concierto comenzó con un sonido horroroso que hizo que nos comiéramos un flojo «Best Friend» que al final echamos de menos. De nuevo son cuatro, uniendo a un nuevo guitarra solista, dejando al resto de miembros en su rol inicial. Para el segundo tema, «Submarine», el sonido se hizo tan molesto que el propio Jonathan Pierce lanzó cabreado el micro contra el suelo.
Así las canciones iban pasando, el sonido iba mejorando poco a poco y la gente se iba animando. El problema es que se perdió como media hora en que la historia funcionase y pasaron de puntillas temas clave cómo «Submarine» o «I Felt Stupid». «Let’s Go Surfing» luego fue mas notable para la gente, pero aún así no fue el estallido de jolgorio que debería haber sido.
Les costó mucho convertir ese malestar en buen rollo, pero al final lo consiguieron gracias a «Me And The Moon» o «Don’t Be A Jerk, Johnny». Esta claro que el orden del repertorio flaqueaba demasiado en su parte final, pero aún con esas consiguieron mantener en vilo a la gente. Los tres bises finales no fueron una selección populista, pero hay que reconocer que «It Will All End In Tears» y «Down By The Water» estuvo entre lo mejor de todo el concierto.
Si siguen creando canciones tan redondas se mantendrán. Si además las defienden con tanta fuerza en vivo, la historia debería continuar.