Es el momento Delorean. Algunas malas lenguas pueden decir que lo suyo pasó a otro nivel simplemente por que, por caprichos del destino, su EP del año pasado, Ayrton Senna, fue alabado en Pitchfork y recibió una mención especial en su lista de lo mejor del año. Puede que esto sea cierto (imagínense a algún redactor neoyorquino vagueando por blogs a las tantas de la madrugada y topándose con la música de la banda de Zarauz), pero ni mucho menos es el único factor del éxito, ya que la banda vasca lleva una década haciéndose un hueco entre la escena nacional, continuamente de gira, hasta conseguir ser uno de los grupos más queridos en directo, años antes del empellón final. Vamos, que lo suyo de hype tiene poco, ya que detrás hay años y años de trabajo y constancia. Más bien habría que hablar en su lugar de recompensa.
Así que, a pesar de algunos rancios reluctantes (algún comentario pedante se escuchó durante el concierto), la mayor parte del público peninsular sabe que el cuarteto se lo ha ganado, y en Sevilla, como en cualquier otro lugar, se los esperaba con los brazos abiertos, incluso más aún quizá. Subiza lleva ya varios meses en la calle, los fans se conocen la cantidad de grandes temas que han parido en los últimos dos años, sus conciertos son cada vez más un fiestón para bailar hasta reventar, y el sevillano inquieto sabe que no deben desperdiciarse ocasiones como esta, no vaya a ser que no se vuelva a repetir.
Sin más preámbulos, poco después de las 22.00, la hora oficial de comienzo, subían los cuatro al escenario, para a los pocos minutos tener a todo el Teatro Central pegando botes con la extendida intro de ‘Seasun’; es su mayor hit actualmente y saben que no hay mejor manera de animar al personal. Puede que tanto Ekhi como Guillermo estén un poco estáticos en el escenario para el tipo de música que hacen, pero contando con un Unai poseído aporreando sus sintetizadores, se las bastan. A este se le suma un contundente Igor a la batería, que se resarce en directo del discreto lugar que puede tener en disco, escondido entre loops y samples.
‘Stay Close’, ‘Real Love’, ‘Deli’…, un no parar, vamos. Los Delorean de 2010 son una máquina de crear clímax perennes, y en ningún momento se les pasó por la cabeza investigar otras posibilidades de ritmo o bajar las revoluciones: prácticamente todo tema que tocaron arrancó como si fuera un himno tecno o dance, extendiéndose así seis, siete, ocho minutos, los que fueran. De ahí a que nos pareciese que estábamos en una rave psicodélica no había ningún paso, y en eso precisamente se convirtió la hora y veinte de actuación de los vascos. Para los que no pudimos asistir por edad y/o geografía a algún concierto de la época dorada de Primal Scream o The Stone Roses, una banda de las nuestras nos daba la oportunidad de vivir algo parecido.
Realmente el concierto fue excelente, pero hubo dos pegas que impiden que lo califique de sobresaliente. La primera fue la autoconciencia de la banda hacia su triunfal época presente, lo que les hizo tocar únicamente canciones de sus dos últimas referencias, olvidando clásicos de su repertorio como ‘As Time Breaks Off’ o ‘Metropolitan Death’ y quizá defraudando un tanto a sus seguidores de siempre en detrimento de los que acaban de subirse al carro. La otra es ya cuestión de gustos, supongo, pero nos pareció que tanto la batería como los ritmos programados eran demasiado brutales en ocasiones, impidiendo florecer a sus sutiles melodías en todo en esplendor (sus ya famosos ‘uooh-oooh’, presentes en muchos de sus temas, sin ir más lejos).
Lo extenso de sus interpretaciones en directo hizo que dejasen fuera piezas del calibre de ‘Moonson’ y ‘Endless Sunset’, pero tampoco había que lamentarse en exceso, ya que finalizaron su repertorio con una gloriosa ‘Grow’, para paso seguido invitar a John Talabot a subir al escenario para interpretar todos juntos el hit del segundo, ‘Sunshine’, nexo entre cabezas de cartel y telonero. Éste se colocó en un discreto lateral, y ahí permaneció cuando bajaron Delorean y se quedó él solo. El pequeño silencio entre final de bolo y comienzo de sesión, unido a su poco divisible situación en el escenario, hizo que mucha gente se marchara al bar pensando que había terminado la cosa y que habían puesto de fondo música electrónica. Un error de organización, creemos. Aún así, un tercio o así del público seguía bailando en esa improvisada sala de baile cuando nos marchamos. Con la incertidumbre de si el resto volvería una vez se hubiese tomado un par de birras en la terraza o no, os dejamos.