A veces un obstáculo que nos impide llegar a la resolución habitual puede interpretarse como una oportunidad para poder crear algo diferente. Si esa nueva orientación lleva a un fin similar o, mejor aún, superior, la satisfacción es incluso mayor que en las situaciones ordinarias. Es lo que se llama riesgo. Y eso es lo que corrieron Alondra Bentley y Nine Stories en La Caja Negra de Sevilla el pasado fin de semana.
Nosotros, sin saber nada de lo que ocurría, accedimos a la sala ya con Nacho Ruíz sobre el escenario. Nos extrañó que el madrileño fuera a tocar sin ayuda de micro ni ningún tipo de ampli, pero no demasiado ya que a fin de cuentas la sala posee unas reducidas dimensiones y el público constaba apenas de treinta personas, sentadas sobre taburetes y sillas. Un recital de carácter recogido y familiar, vaya.
El líder de Nine Stories interpretó un puñado de canciones de “Trafalgar”, el disco que presentaba, valiéndose de su guitarra y teclado. Sus pequeños artefactos de pop risueño funcionaron perfectamente para romper el hielo, intercalados entre divertidos comentarios y anécdotas con las que por fin nos enteramos que habían sufrido algún fallo técnico que les impedía tocar con los mencionados elementos eléctricos ausentes. Lejos de amilanarse y cancelar, habían decidido tocar totalmente en acústico.
Tal artimaña no habría funcionado ante una audiencia superior, en un espacio mayor o sin las condiciones acústicas adecuadas; pero para cuando subieron Alondra y el trompetista Pepe Andreu, que habían permanecido a un lado, para interpretar los tres juntos las canciones del repertorio de la artista, el ambiente estaba ya cargado de magia por el buen ambiente y lo especial de la situación.
Ante algo de atrezzo que mostraba el nombre del álbum que venía presentando “The Garden Room”, y que acabaría cayéndose (‘parece que hoy todo sale mal’ diría una resignada pero siempre alegre Alondra), el trío interpretó una buena selección de temas de este disco y de los anteriores de la anglo-murciana. Su dulce voz acompañada en ocasiones por los coros de Nacho, la amortiguada trompeta, la delicadeza del teclado y las guitarras acústicas sonaron de maravilla; con tales matices que igual se habrían perdido en circunstancias habituales.
Inmersos en esta atmósfera escuchamos todos los detalles de canciones de poso claramente jazz como “One Friday Morning”, de otras más dinámica y pop como “Don’t Worry Daddy”, e incluso alguna más grave como “Dates to Remember”. El tono no bajó en ningún momento y la complicidad entre el público y la banda era ya máxima tras una hora de concierto, que llegaría casi hasta la hora y media sólo porque comenzaban a entrar clientes para el bar. Entre medio, se habían repartido galletas, imitado a pájaros, cantado canciones para niños (de 0 a 100 años) y dado toda una lección de profesionalidad y talento.