Nuevo programa, esta vez de rock poco adocenado, para la víspera del quince de Agosto en Nocturama. Tal fecha y la coincidencia de dos nombres de interés, pero de calado popular inferior a otros del ciclo, hicieron que la afluencia fuese menor que la de otras noches. Una pena, porque aunque se entiende que es Agosto y Sevilla prefiere soluciones de ocio más refrescantes en cuanto llega el puente-fin de semana, el público habitual se perdió una de las veladas más sugerentes y arriesgadas en la Cartuja.
Abrió Marina Gallardo con banda. La del Puerto, afincada desde hace tiempo en la ciudad, apareció engalanada con un vestido rojo que despistaba al desconocedor que esperase a una (otra) cantautora pop. Ya que a los pocos minutos, una atmósfera densa conformada por los acordes mantenidos, la minimalista percusión, algún apunte electrónico y la monótona pero magnética voz de Marina se hicieron presentes y, sin concesiones, nos acompañaron durante más de una hora. Así, sonaron gran parte de los temas de “This Is the Sound” junto a algunos más antiguos en un recital que, partiendo del folk-rock fantasmagórico, salió de órbita hacia rutas insospechadas. Es tiempo para su consolidación.
Algo muy distinto, pero a la vez con inevitables puntos en común en diferentes planos fue lo de Ainara LeGardon. Acompañada de viejos compañeros de fatigas como son Rubén Martínez y Héctor Bardisa, aunque sin la presencia de Hannot Mintegia, que se encontraba grabando con Audience a miles de kilómetros de distancia, la vasca ofreció un concierto corto, concentrado y cargado de tensión.
Comenzaron con con algunas canciones del ya algo lejano último disco “We Once Wished” (¿para cuándo nuevo material?), como “You Gave Me” o el propio tema homónimo, que dieron fe de esa electricidad contenida, furiosa pero interrumpiada, que es ya marca característica de Legardon y que la ha convertido en epítome del rock más esencial y puro en este país. Y no sólo en lo estrictamente musical: la artista no podía dejar de saltar o gritar cuando el sonido se lo pedía, contagiando a sus compañeros sobre el escenario y a parte del público.
Tras un primer tercio más ortodoxo en lo rockero, Ainara encaró un nuevo tramo más ‘intimista’ presidido por “The Third”; a veces con toda la banda, otras acompañada sólo por la batería o incluso en solitario. Aunque quizá no sea intimista el término adecuado, sino ‘desnudo’ o ‘minimalista’, ya que la intensidad siguió igual de presente aunque sólo estuvieran su voz y su guitarra. Así, la transición fue bastante natural para cuando volvió la banda al completo y encararon el tramo final, de largo lo más eléctrico de la noche, cargado de acoples y distorsión, que culminó abruptamente tras “Thirsty”; poniendo al público a tono para pedir un necesario bis. Rock sin barreras y plagado de personalidad.