¿Por qué los 90? (1ª Parte)

A cualquier (no hace falta decir lo de avezado) lector de feiticeira y de este blog en concreto no le pasa desapercibido nuestro casi enfermizo amor por los 90.

E¿Por qué los 90? (1ª Parte) -s una década muy reivindicada, sí, hasta el punto de que le adjudicamos lo mejor de los últimos 80 para redondear su buena imagen. Pero a buen seguro que habrá quién diga: “qué gente más pesada, superadlo, ya no sois jóvenes y los grupos de hoy en día no tienen nada que envidiar a los de entonces”. Y pienso que tendrían razón. No creo que haya momento más excitante para la música que el ahora, lo que vives en este momento, los lanzamientos de discos que continúas disfrutando. El poder pillar a bandas nuevas en concierto en sus mejores momentos, antes de que la industria les toque más de lo deseable, es, después de todo, mucho mejor que ver a cincuentones sobre el escenario sólo por el hecho de que te puedes corear todo su repertorio.

Aún así hay cuestiones que siguen haciendo de los 90 (o de los particulares 90 de cada cual) una época muy entrañable en lo musical.

 

Los lanzamientos de disco

Internet es una maravilla porque tienes una biblioteca universal de música. Pero para los lanzamientos nuevos es un terrible coñazo. La fecha en que salen los discos ya sólo nos interesa para calcular el rango en el que tendremos una filtración. Por otro lado, esa maravillosa sensación de descubrir a cuentagotas videoclips de los grupos que te gustaban y te ponían los dientes largos ha sido sustituida por una de las mayores plagas de la música del siglo XXI. Teaser, videoteaser, microteaser, mongoteaser… diferentes formas a cada cual más terrorista de avanzar trozos de canciones. Pero vamos a ver, estamos hablando de música, no me puedes cortar 5 segundos de la mitad de una puta canción para que la pruebe a ver qué tal como si se tratara de una promoción de un refresco de cola sin azucar que sabe como si tuviera el doble de azúcar.

Ya sin ser una táctica tan extrema, alguien debería de parar el sinsentido de adelantar 4-5 temas de un disco con en torno a 10 canciones. Si, ya se que has puesto una en Youtube, otra en Soundcloud, otra en Bandcamp y otra en una plataforma que no usa ni Justin Timberlake. Felicidades, has puesto tu granito de arena en llenar la red de basura inconexa. Por favor, dejad a la gente disfrutar del disco entero cuando lo saquéis o sino dejad de editar discos en dicho formato. Quién nos iba a decir a nosotros que con todo este marketing moderno íbamos a echar de menos hasta los programas de vídeos de los 40 Principales.

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Arcade Fire nos tienen hasta el mismísimo reflektor con la brasa de su nuevo álbum.

 

El cassette

Mucho FLAC y mucha mierda, años de quejarse de los mp3 a 128-192, pero aquí estamos en pleno revival de la cinta de toda la vida. Sí, es un revival anecdótico porque casi nadie va a volver a llevar un maldito walkman de kilo a cuestas. Pero algo hay tras todo este moderneo. O me vais a decir que no molaba tener una cinta de 90 con dos discos de hardcore melódico enteros. Y esa cinta que te había grabado algún colega dejao con las canciones cortadas al final de la cara o que te había rellenado con sus temas favoritos en un arrebato de creatividad y recomendación. O mejor aún, mezclas imposibles tipo Nirvana/Reincidentes, The Smashing Pumpkins/Extremoduro… Rebobinar cintas enredadas con un bolígrafo, romper las pestañas que impedían que se grabase encima y pegarle un trozo de pegatina cuando te arrepentías y querías grabar encima, escuchar la notable degradación de tus cintas más escuchadas, grabar a doble velocidad y gozártelo con los pitufos makineros, emular los logos y tipos de letra de las bandas en un alarde de muy dedicado DIY pirata, eso era amor por la música y no refrescar odiosos captchas que no entiende nadie y esperar 20 segundos a que el “rapidshare” de moda en cada momento te deje bajar un disco en V0.

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«Para mi que me han timado con este disco duro multimedia del Carrefour.»

 

Las entradas de conciertos

Qué tiempos aquellos cuando Ticketmaster no había entrado en nuestras vidas. Este estupendo servicio de globalización de tickets (y, aunque menos dañinos, el resto de clónicos) ha devaluado el valor físico de la entrada al tiempo que le ha impuesto gravámenes hasta el absurdo. Yo me imagino a esta gente vendiéndoles su plataforma a los promotores tal que así:

– A ver, nos hemos hecho una plantilla de Word 97 en la que ponemos una foto de la banda en blanco y negro y a la resolución más baja posible. Así todas las entradas van a ser feas e iguales. Y ya te puedes adherir a esto o no te comprará entradas ni Garfield.

– Mmm… ya veo. ¿Y no podéis hacerlo igual pero con entradas bonitas? No sé, la foto en color, más grande, bien impresa… con la comisión que os lleváis no os cuesta nada ¿no?

– ¿Y entonces dónde está la gracia?

 

Mucho mucho sentido no tiene, pero nos lo hemos tragado tan alegremente, porque para qué protestar y acabar agachando la cabeza y haciendo el ridículo como Pearl Jam. Esta gente es poderosa y a lo que más podemos llegar es a llamarles ladrones en un blog. Pues eso, ladrones y organizados además.

Total que los coleccionistas de entradas se tienen que conformar hoy con cuatro promotores underground que aún se molestan en hacer las cosas con mimo y el resto de compradores tiene que prepararse para el gran redondeo cada vez que lee aquello de tantos aurelios más gastos. La cara si que se les va a desgastar.

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Ticketmaster. Logo oficioso.

 

TO BE CONTINUED

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