Triángulo de Amor Bizarro nunca fueron una banda cualquiera, pero en su evolución se han hecho cada vez mayor rara avis dentro de un mundillo «indie» en el que, pese a todo, han conseguido crecer a base de grandes discos y memorables directos. Tiene sentido así que su disco de madurez no sea uno contemplativo o recopilatorio de su carrera, sino precisamente un disco que reflexiona sobre la carrera de los artistas del rock, con toda la mala hostia marca de la casa, claro.
La banda, que cada vez gusta más de autoreferenciarse en su desmarcado universo, ya exploró esta veta recientemente en la demoledora «Canción de la Fama» y ahora amplía ese concepto a todo un disco venenoso que versa sobre las ansias de éxito y dinero, los juguetes rotos de la industria musical y otros personajes del show business entre tristes y maliciosos.
Estilísticamente hay poco nuevo bajo el sol de SED, cosa que tampoco se puede reprochar a una banda con una paleta ya tan amplia. Sorprende eso sí que hayan dejado fuera el dub que acompañaba los momentos más arriesgados de sus 2 últimas entregas y hayan apostado por temas más directos, tanto de pop shoegazer como de punk psicodélico (como la rompecuellos «Estrella Antivida»). Lo que sí continúa es la voz de Isa ganando protagonismo, quedando Rodrigo cada vez más relegado a un segundo plano.
Son muchas las voces (incluida la del propio Rodrigo) que desde los inicios de la banda pedían mayor peso vocal de Isa, pero su presencia comedida aportaba a la banda una dimensión más interesante. Era el arma secreta, el rayo de luz que arrasaba con todo en el momento exacto y ese factor sorpresa se ha perdido un poco. No obstante, aquí sigue teniendo momentos gloriosos como la electrónica triste a lo New Order «Estrella solitaria»; es el tema con más gancho del disco y muy bien cuadrado con la nostálgica letra de una estrella caída en el olvido. También «La Carretera» una hermana pequeña de «Barca Quemada» incorporando trémolos a cholón y frenéticos ritmos casi propios del drum and bass. Por su parte, en la algo más tediosa «Canción de muerte del pez dorado» invocan el espíritu de los 50 con pátina shoegazer, recordándonos en su solo a una balada de Oasis.
Rodrigo pone la faceta de «mentalidad de tiburón» en los temas más socarrones de rock cavernoso y psicodélico. En «Cómprate un Yate» encarna la promesa del ejecutivo de discográfica que promete dinero como solución a todo. También aborda la chocante figura del criptobro en la divertida «Cripto hermanos». Y en la superpegadiza «Él», saca la esencia de madchester para hacer otra sarcástica oda a la fama y al dinero. Nada más dulce. Ambas voces se juntan en momentos como «Huele a Colonia Chispas», punk-rock tan melódico como ruidoso en clara referencia a Kurt Cobain y los ídolos que se quedaron por el camino.
Todo este mejunje estilístico queda perfectamente unido por unas letras que revelan la obsesión de la sociedad por este ansia, por esta «SED» de dinero, de fama, de estar en la cima cueste lo que cueste. Y lo hacen de una forma expresa pero raramente directa, con letras crípticas y misteriosas, llenas de referencias que es difícil abarcar. En ellas, el dinero se convierte en una religión que crea ídolos de masas y se deshace de ellos cuando ya no le sirven, todo al servicio del dólar, el euro y el bitcoin.
En definitiva, «SED» no es la obra más arriesgada de Triángulo de Amor Bizarro en lo compositivo y lo tiene difícil para igualar himnos como «Vigilantes del Espejo» o «ASMR para ti» de su reciente homónimo. Pero mantiene el altísimo nivel de su carrera y ahonda en la personalidad temática y lírica, reflexionando de paso sobre su propia relación con el éxito en un mundo tan roto y absurdo como lo pueda ser meterse en un submarino de juguete a visitar los restos del Titanic.