Sufjan Stevens se ha superado. Casi sin quererlo, con la obra más pequeña de su carrera, cuando quizás menos se podía esperar un disco de este estilo… lo ha logrado. Susurrándole a su madre estas once preciosidades el artista de Detroit, hoy afincado en Brooklyn, ha alcanzado la que parece que va a ser ensalzada de forma unánime como su cima creativa hasta la fecha. Y resulta curioso que sea con este disco tan desnudo (apenas voz, guitarra, cuidados arreglos ambientales, y algún que otro piano) cuando el polifacético (y a veces excesivo) cantautor va a lograr poner a casi todos de acuerdo.
Acercándose a aquel Stevens que deslumbró con «Michigan» o «Illinois», no son exactamente estos sin embargo, los terrenos por los que se desliza esta vez Sufjan. El talento y la sensibilidad compositivas mostradas en este séptimo largo tienen mucho más que ver con aquellos que con los excesos grandilocuentes y experimentales de «The Age od Adz» (aunque paradójicamente la intro de éste sirve ahora de pista para entender su sonido actual), pero las diferencias hacen aparición en tanto que los componentes narrativos de aquellos discos de mediados de la década pasada, solicitaban un acompañamiento de arreglos y segundas voces que “Carrie & Lowell” ahora no necesita.
Stevens, que pronto cumplirá 40 años, se ha enfrentado a este «Carrie & Lowell» de una forma tan desnuda como solo un hijo que se enfrenta a su madre puede hacerlo. Dedicado ya desde el título y la foto de portada a su progenitora y su padrastro, es necesario enfrentarse a los detalles temáticos que envuelven este Lp para acercarse, ni que sea un poco, a entender la catarsis a la que se enfrenta el artista en tan fantasmal disco. Abandonado por su madre en repetidas ocasiones desde su más temprana infancia, ésta sufrió a lo largo de toda su vida de esquizofrenia y adicciones varias a las drogas, llegando finalmente su muerte el pasado 2012.
Sin ánimo de reproche, pero sí planteando muchas preguntas a por qué las cosas fueron como fueron entre ellos, estas canciones son un bello canto a la comprensión, a la superación, y en definitiva, a la vida y al perdón. Y hay dosis de pesimismo, no podía ser de otra manera tratándose de tal temática, pero sin embargo a uno le da la sensación que cantado como lo hace Sufjan aquí, cada vez que el dolor sobrevuela por encima de la tan repetida palabra Muerte, lo hace de un modo que no impide ver la luz. Se trata de una historia melancólica, nostálgica, triste, abrumadora. Sí. Pero también la historia de alguien que, aún con todo, no puede dejar de amar el recuerdo de la que a veces fue una verdadera madre.
Hablar de referentes con alguien de la trayectoria de Sufjan Stevens puede parecer tan innecesario como manido, pero no sobra la cita al primer Elliott Smith cuando hablamos de una influencia de la que tanto se había alejado Stevens últimamente. Pocas voces han sabido alegrar, entristecer y asustar a la vez de forma tan magistral como lo hacía Smith, y aunque aquí el componente vertiginoso del depresivo queda en un segundo plano, sí que encontramos parentescos claros entre la forma de transmitir de ambos genios. Sufjan te acaricia desde el mismo instante en que sus labios pronuncian la estremecedora frase inicial «Spirit of my silence I can hear you, but I’m afraid to be near you. And I don’t know where to begin» en «Death with Dignity». A partir de entonces puede que caigas en un plácido estado de ensoñación, pero a buen seguro que te será difícil no volver cuando despiertes para seguir escuchando todo lo que “Carrie & Lowell” te tiene que contar.
Lugares físicos recorridos por el autor, referencias a anécdotas familiares, ese mirar atrás tan doloroso a veces, pero a su vez tan necesario casi siempre… todo ello se da la mano en otra pieza monumental como «Should Have Known Better» en la cual viajamos desde la oscuridad de lo introspectivo, hasta la luminosidad que el nacimiento de una nueva vida (su sobrina en este caso) puede llegar a aportar. Y así, con un tono propio de una pesadilla de la que despiertas profundamente descansado y con una media sonrisa en el rostro, va discurriendo un álbum en el que han colaborado colegas del artista muy apropiados para la ocasión, como Laura Veirs, Sean Carey (batería y apoyos vocales en Bon Iver) o Thomas Bartlett (colaborador de Sam Amidon, The National o Antony and the Johnsons, entre otros).
No es la primera vez, ni será tampoco la última, que alguien dedica un disco a la muerte de alguien, si bien, a buen seguro que pocas ha habido, y no muchas más habrá, con el poso, la belleza, y la sinceridad absoluta que desprende este sobresaliente «Carrie & Lowell». Lo mejor será, por lo tanto, que elijas bien el momento y te adentres en el interior de «Drawn To The Blood» y sus habituales referencias religiosas; te dejes acunar por la melancolía de «Eugene» y su limpieza acústica de cuarto de estar del midwest; disfrutes de la luminosidad de «The Only Thing»; o te sobrecojas con la desgarradora «Fourth Of July», en la cual el fantasma de la madre le canta «Why do you cry?, And I’m sorry I left, but it was for the best». Sin duda alguna uno de los discos de folk y pop intimista del año, y de la década.