Hay algo torcido en Salem. Desde que comenzaran a llamar la atención en serio, a finales del año pasado con la publicación de este “King Night”, empezó a acompañarles la leyenda oscura: miembros provenientes del mundo de la prostitución y la drogadicción, directos lamentables, borracheras descomunales… impresión que no mejoraba precisamente al conocerse el título de sus Eps, con nombres tan reveladores como “Yes I Smoke Crack”, o sus canciones: “Sick”, “Killer”, etc.
Dicha conducta tan autodestructiva no tendría por qué tener repercusión directa en la música que hacen; de hecho, se me ocurre un ejemplo totalmente antitético: los desplantes y los colocones de Nathan Williams, líder la banda surf lo-fi Wavves. Pero en este caso sí que parece corresponderse al 100% lo que sucede en las mentes de estos tres balas perdidas con lo que vuelcan, más bien vomitan, en los surcos de este debut en largo.
Y es que “King Night”, como reflejo devuelto en el espejo de sus artífices, es un disco que realmente puede dar miedo. Miedo porque no sé puede definir bien a qué se parece (aunque ecos, afortunados o no, a Burial, Cocteau Twins o The XX se han hecho fuertes últimamente); pero también miedo porque produce esa sensación literal en el oyente si se escucha bajo un determinado estado de ánimo. Es entonces cuando sabemos, o queremos creernos, que los cerebros que han creado esta obra tienen que estar muy jodidos para hacer un disco así. Y que no conviene, por tanto, encontrárselos por en un callejón oscuro a altas horas de la noche.
Industrial, shoegaze, R&B, drone, dubstep, rave… nuevamente, una multitud de estilos colisionan en el debut de un grupo del siglo XXI, pero esta vez pasado por un tamiz oxidado y supurante; estilo o más bien ‘subgénero’ que se ha convenido en llamar drag, shitgaze, o witch house, como prefieran (estúpida relación entre lo de witch y las brujas de Salem, probablemente). Lo que importa realmente es que nada aquí es amable. Cuando se escuchan voces y coros angelicales femeninos propias del dream pop en la propia “King Night”, “Frost” o “Redlights”, es siempre bajo toneladas de saturación, de beats lentos y amenazadores, de sintes que parecen provenir de un himno revienta-pistas pinchado al revés y a la cuarta parte de revoluciones.
También hay lugar para, como decíamos, el R&B y el dubstep podrido: la mencionada “Sick”, “Trapdoor” (hipnotizante), o “Tair”, ya con voz masculina, y tratados de tal manera que no hay ningún tipo de confrontación estilística con sus compañeras. Ya que Heather Marlatt, John Holland y Jack Donoghue, a pesar de lo duro y difícil de lo que nos ofrecen, poseen la capacidad de crear un estilo único sea cual sea el palo que les dé por tocar. Y lo hacen tan bien, al fin y al cabo, que bajo las capas de mugre se puede encontrar hasta belleza y melancolía en cosas tan grandes como “Asia” o “Killer”.
Podría parecer esto último que, dentro del cementerio nuclear encantado que nos viene a la mente al escuchar “Traxx”, se esconde una frágil flor rosada, el puro corazón de un universo emponzoñado en su mayor parte. Pero no os engañéis: si miráis entre sus pétalos sólo encontraréis gusanos bañados en sangre. Todo está infectado. No hay salvación. Pero el apocalipsis es algo dulce.