Peculiares. Raros. Castizos. Originales. La aparición de Pony Bravo con Si bajo de espalda no me da miedo (y otras historias) fue, aunque suene muy manido decirlo, todo un soplo de aire fresco dentro de la escena indie nacional. Psicodelia, progresivo, reggae/dub, post-punk, canción tradicional, electrónica… todo mezclado, filtrado y empleado de manera inusual junto a letras que aunaban tradición y surrealismo; creando así todo un universo musical y temático propio, en el que lo inocente y lo sexual, lo popular y lo bizarro, nazarenos y Ultraman tenían cabida. ¿Pastiche o genialidad? Más bien lo segundo.
Ahora saltamos y nos plantamos en el presente. Dos años después, la banda renueva con su segundo largo, este ‘Un gramo de fe’ que debe convencer a los pocos que aún los vean como un grupo de broma y, sobre todo, confirmar a sus seguidores que lo suyo no ha sido producto de una mala ‘noche de setas’ dadaísta y que saben expandir y hacer evolucionar su sonido sin perder su gran baza: su identidad.
Así que le damos al play y nos coge desprevenidos el riff de “La voz del hacha”, algo así como “El rayo” de ese álbum: sonido potente pero también melódico y letras que hablan de lo rural desde extraño punto de vista. Parece que sí, que la idiosincrasia y la ‘bravura’ Pony siguen intactos (‘qué bonito está Almonte apagando la luz del coche’) por lo que respiramos tranquilos y seguimos adelante. La influencia de las drogas se dejan notar en la biográfica (según ellos mismos en directo) “Noche de setas”, poseedora de un ‘groove hipnótico’ y bluesy que la hacen muy psicodélica y pegadiza; “Super Broker”, sin embargo, es un tema más pausado y en el que demuestran que también pueden hablar sobre temas ‘serios’ (la crisis económica y los especuladores) sin abandonar su estilo.
Con «La ninja de fuego» sacan a plena luz sus influencias más tradicionales, ya que se trata de una respetuosa (que no mimética) versión de Manolo Caracol; para al poco volver a otros niveles más rockeros y electrónicos con la furiosa instrumental “Fullero”. “El campo fuí yo” es un buen ejemplo de los Pony Bravo cosecha 2010, no muy distintos a los de hace dos temporadas pero con un cariz electrónico/bailable más marcado, gracias a la ayuda de los chicos de Za! y de Fran Torres a los platos. El resultado, una especie de avistamiento OVNI en plena dehesa.
La novedades continúan con otro plato fuerte: “La rave de Dios” es, si no la mejor, de las mejores canciones que han compuesto Dani Alonso y compañía; toda una reflexión sobre el sectarismo religioso americano en clave techno. Y de Wichita a la plaza del “Pumare-Ho!” en pleno corazón de Hispalis, que en clave dub nos narran la crónica de un desalojo anunciado.
El medio tiempo “Lo más difícil del mundo” (¿la balada del disco?) y la cuasi-ska “China de miedo” (crítica al otro gigante económico) marcan acaso la parte más convencional del conjunto; para volver ya hacia el final con “Salmo 52:8” a la psicodelia más hipnótica y bucólica, con inevitable vuelta al mundo de lo rural (‘soy un olivo, aceituna brillando al sol’).
Y, cómo no podía ser de otro modo, la cosa termina la mar de inesperadamente, con el cachondo interludio “Mangosta” en clave bossa-nova, y esa especie de mini-lección de yoga que es “Hipnosis Groove”; lo que nos deja con una amplia sonrisa, tanto por el buen humor que sigue demostrando la banda como por constatar que siguen siendo grandes y únicos.Y es que como dicen muchos, “Pony Bravo suenan a Pony Bravo”. No seré yo el que diga lo contrario.
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