La etiqueta post-black metal, una de las que usan Obsidian Kingdom para presentarse, puede ser ya excesiva para muchos. Pero sirve para hacerse una idea de lo que podríamos tildar de cruce de black y death con sonidos más alternativos, sin abandonar las tesituras agresivas. Dicen los entendidos de la escena que siguen los pasos del ex-Emperor, Ihsahn. A mis oídos profanos, se muestran en «Prey» como una mezcla de los gritos rasgados, la locura y la cabezonería percusiva del género nórdico, con melodías de guitarra y vocales que evocan más a bandas tipo Opeth o incluso Tool, grupos que si, a lo mejor vanguardia es mucho decir, han destacado en su momento.
Y es que la banda arrastra un espíritu vanguardista y experimental que les aleja del purismo de estos géneros que de serios y oscuros, tan cómicos resultan en ocasiones. «Maze» protagoniza virtuosismos propios de las bandas más técnicas del heavy metal y su instrumentación teje el laberinto al que alude el título. En sus casi 8 minutos que avanzan hacia el frenesí progresivo, puede el oyente perderse. Algo que realmente parece clave es lo medido y variado de las voces, que destacan cuando les toca, pero dejan protagonismo a la instrumentación y la complementan sin entorpecer su fluir.
«Solitude» por su parte se introduce a modo de medio tiempo con melódicas acústicas, baterías lentas y susurros perturbadores y permanece en ese tempo más lento y sostenido. Más lenta pero incluso más intensa que sus hermanas, con esa voz en dual melódico/gutural. Cierra un ciclo de 21 minutos donde black metal, death y progresivo se dan la mano para conformar un abismo oscuro, místico y de bordes afilados.