La historia de Mars Volta empezaba a perfilarse como la de una explosión que se diluye, una especie de big-bang que hizo implosionar At The Drive-In causando un gran revuelo en el mundo del rock alternativo para poco a poco calmarse esa sensación, mientras sin embargo el universo de Omar y Cedric no paraba de expandirse lentamente. Y es que no podemos decir que tanto Frances The Mute como Amputechture, con las pegas personales que cada cual pueda ponerles, no eran pasos adelante en la carrera de Mars Volta.
Sin embargo ese universo comenzaba a ser demasiado extenso como para abarcarlo. Más que para ellos, tal vez para sus seguidores, a menudo desorientados por las narcóticas complejidades de los que no hace tanto fueran última sensación del punk con cerebro. No es que su cuarto disco sea la mar de fácil de escuchar, pero si presenta unos niveles de concreción que ya parecían imposibles en la escalada progresiva de la banda.
Resumiendo, la contención de la que hablamos se palpa en minutajes más normalizados (ningún tema excede los diez minutos), escasez de vacíos adornados por ruidos psicodélicos y mayor contundencia. Una declaración de principios es la apertura con «Aberinkula», directa al grano, a la particular espiral en la que la amarcianada y aguda voz de Cedric se funde con la mezcla sideral de guitarras y efectos de teclado a todo trapo, sin por ello ceder en exotismo percusivo y metales desbocados, todo ello embebido de exuberancia funk.
Si, el funk parece ser el ingrediente fundamental en esta nueva entrega, hasta el punto que la palpitación no cesa, los ritmos no decaen y no encontramos ni una sóla balada en el disco. Si en cambio ritmos negros a porrillo, algún que otro toque étnico y un regusto retro al tiempo que visionario. Por ejemplo el pálpito abrasivo de «Metatron» quema desde algún rincón irreal de El Paso, mientras que en la alienígena «Ilyena» alcanzan un groove que pocos pueden o se atreven a conseguir.
Pero nadie dijo que les gustaran las cosas fáciles y eso es algo que deben aceptar sus oyentes o abandonar a la banda para siempre, ya que aquí alcanzan su dimensión más contenida desde De-loused in the Comatorium. Y ratifican su sello, sonando a sí mismos y haciendo que todas las canciones tengan su huella, por más que se muestre a ratos más amenazadora (Goliath), rayante (Cavalettas), cargada (Agadez), exótica y trepidante (Ourobouros) o seductora y épica en «Askepios», tal vez el momento más infeccioso gracias a su espiral final a la voz de «help me, come alive».
The Mars Volta siguen describiendo su propia constelación en el firmamento del rock progresivo. Y me da la sensación, cada vez más, que la banda está creando discos que hoy crearán mucha división de opiniones, pero pasarán a la historia en letras mucho más grandes que las que ocuparán en la listas de lo mejor del año. Cuando peinemos canas y calvas, probablemente seamos carrozas guays que vibramos con The Mars Volta en su día. Y eso parece una buena señal.