A estas alturas no es necesario destacar la carrera de Nick Cave como una de las más longevas, fructíferas, prolíficas y cualitativamente más satisfactorias de la actualidad. El bueno de Nick no sabe lo que es hacer un disco malo, sino que al contrario se sabe al dedillo la lección de fabricar discos notables y magníficos. Y si el australiano no tenía suficiente con sus cuatro discos junto a los seminales Birthday Party y los trece (!) junto a los Bad Seeds, ahora se atreve a coger la guitarra, llamar a las tres Semillas más aguerridas y clamar al mundo que él también sabe rockear. El primogénito se llama Grinderman, y es un niño muy mono (perdonen chiste malo).
La cuestión principal es si hacía falta cambiar el nombre a la formación, ya que nos encontramos ante la mitad de la alineación habitual de los Bad Seeds. Nick y sus compañeros así lo han creído conveniente, para demostrar quizá que lo escuchado bajo el apelativo Grinderman es algo distinto y que merece un discurrir paralelo. A mí, sinceramente me da igual con tal de que el nivel sea alto.
No sé si Grinderman como grupo tendrá futuro o será sólo fruto de un capricho o necesidad de rejuvenecer su sonido por parte de cuatro tipos que se acercan peligrosamente a la cincuentena. Tampoco sé si la música editada bajo este nombre tendrá repercusión en futuros trabajos de los Bad Seeds, o por el contrario continuarán en su línea melódica que viene siendo la habitual (más lógica y natural para su edad por otra parte). Lo que si se puede apreciar por el momento es que «Grinderman», tanto disco como proyecto, funcionan a la perfección como anécdota puntual y como muestra del buen hacer de sus miembros en un campo que a priori no es el propio. Habrá que comprobar si la eficaz muestra de rock minimalista de este debut se confirma en futuros e inciertos lanzamientos. Crucemos los dedos.