Como todos los iconos del pop y del rock, Damon Albarn es un ser querido y odiado a partes iguales. Lo cierto es que, pese a los altibajos que haya tenido tanto su carrera con Blur, como sus proyectos paralelos, ha dado muestras innegables de talento. Es por eso que este esperado debut de The Good, The Bad and The Queen como superbanda británica (discreta, pero superbanda) deja un extraño regusto. Si en el vídeo de «Kingdom of Doom» podemos ver a la banda cocinando, podemos afirmar que se han quedado cortos con la sal.
Lo que sí está conseguido en el disco es un carácter unitario, todas las canciones sin excepción suenan a pura melancolía guiada por la perezosa voz de Albarn y las hermosas oscilación que protagonizan tanto la guitarra de Simon Tong como el bajo de Paul Simonon (80’s Life). Son en definitiva canciones muy trabajadas en cuanto a arreglos pero con poco gancho y definitivamente no del tipo de las que uno se pone para despertar a no ser que quieras conservar el estado de somnolencia. Inevitable bajar el párpado ante nanas del tamaño de «A Soldier’s Tale».
Pero lo que abunda es la elegante retroelectrónica de «Northern Whale», más brumosa en «The Bunting Song» o el brillante minimalismo de «Nature Springs» heredero del sonido Bristol. O sin ir más lejos la interesante atmósfera sintética de «Herculean», que ya le hubiera gustado a Thom Yorke tener en su disco en solitario.
Pese a la belleza intimista que destilan las canciones de The Good, The Bad and The Queen puede que no sea capaz de calar en el inconsciente colectivo de los que escuchamos música en la era del mp3. Aún así, no deberíamos despreciar esta lección de hipnosis pop de prisma británico que la banda nos ofrece pues Albarn, más después de lo visto en Gorillaz, está más que capacitado para conseguir hacer de este cuarteto los Massive Attack del brit-pop.