Cuatro años después de la edición de su muy recomendable debut, «Short Bus», el ex-NIN Richard Patrick decide resucitar a Filter. Mucho ha llovido desde aquel ya lejano 1995: el grunge prosigue su lenta agonía (¿o está ya muerto?), Korn y Limp Bizkit lideran el nuevo movimiento de moda: el nu metal y Trent Reznor ha dejado de ser una influencia tan evidente como lo era a mediados de los 90. Ante este panorama, Patrick podría haber cogido el camino más fácil y hacer una nueva copia del «Follow The Leader», pero decidió arriesgarse y así aparece ante nosotros su segunda obra, titulada austeramente «Title Of Record». El ahora cuarteto (tras la marcha de Brian Liesegang del dúo fundador) se aparta del abrasivo, frío y crudo rock industrial más conservador de su debut para acoger en su seno un sonido más asequible, pulido y limpio, en el que el rock industrial ha dado paso a un rock alternativo de tintes tecnológicos con miras mucho más amplias, en el que caben tanto las ráfagas metálicas como las preciosas melodías más poperas sin olvidarse de la experimentación ofrecida tanto por atmosféricos sintes como por cálidas percusiones y puntuales sitares.
Así, un leve zumbido que va ganando intensidad nos presenta el álbum, sirviendo de antesala a la primera canción, el single de presentación «Welcome To The Fold», todo un himno metálico de repetitivo hasta la saciedad riff donde ya observamos todas las pautas a seguir del álbum: ese limpio sonido de guitarras, una producción impecable y un interludio plenamente psicodélico, protagonizado por sonidos de percusión, atmósferas y la susurrante voz de Patrick, para terminar de nuevo con un atronador trasfondo de guitarras que se funden en un sampleo de… ¡trompetas!. Seguidamente y sin descanso comienza la acelerada «Captain Bligh», donde quizá el carácter industrial de antaño es más remarcable, con las guitarras de nuevo como protagonistas, explotando en el arrollador estribillo y muriendo de improviso a un minuto del final, dando paso a un relajado y nuevamente ambiental pasaje acústico.
Una línea de bajo abre «It’s Gonna Kill Me», para al poco tiempo explotar de nuevo con las guitarras metálicas. Se trata de la clásica y efectiva combinación estrofa suave y estribillo guitarrero, con un trasfondo de baterías secuenciadas en la estrofa. El single «The Best Things» nos trae el momento más puramente comercial del álbum, un gran tema de rock altamente tecnológico, respaldado por una taquicárdica pero efectiva base electrónica, con un estribillo terriblemente adictivo que se va disolviendo poco a poco en una monolítica fusión de todos los instrumentos hasta desaparecer.
Las guitarras no han dado descanso en toda la primera mitad del disco, pero al llegar a su ecuador nos encontramos con algo totalmente impensable para los fans más puristas de los primeros Filter: «Take A Picture» es un precioso tema semiacústico, un medio tiempo en el que las guitarras acústicas, las percusiones, las atmósferas sintéticas y los instrumentos de cuerda se unen en un perfecto trance de comunión cósmica (vaya rayada, ¿eh?). Todo ello resulta en, personalmente, uno de mis temas favoritos de todos los tiempos. Imprescindible. Y después de ascender al cosmos, ¿qué vendrá después? «Skinny» parece traernos otro bonito y relajado pasaje acústico lleno de matices, pero nos engaña vilmente: a las primeras de cambio, las guitarras de embrutecen de nuevo en el puente y en el estribillo vuelven a explotar, resultando así uno de los momentos más violentos y duros del disco en un tema bastante extremo en su estructura. Luego, «I Will Lead You», una canción sensiblemente más corta que sus demás compañeras, poco tiene de innovador. Sin dejar de ser una buena canción, podría ser un tema compuesto para el primer disco.
Así transcurre el mejor disco de Filter hasta la fecha, un excelente álbum realmente original y trasgresor entre todo el nu metal que dominaba el panorama rock a finales del siglo pasado (y que todavía extiende sus raíces hasta hoy), que quizá quedó eclipsado en su momento por las nuevas obras de Korn & cia y por el mastodóntico regreso de Trent Reznor con su «The Fragile» al panorama, pero que aún así con el paso del tiempo no ha perdido ni frescura ni ese aire de novedad, algo difícil en un mundo tan cambiante y efímero como es el del rock contemporáneo.