De la incipiente escena alternativa británica emergen Colour Of Fire, que desde la turística ciudad de York se formaron en 2002 a partir de las cenizas de otras bandas locales de diversos estilos, del punk a la electrónica. El resultado es una banda donde la marcada personalidad musical de cada miembro impide el apoltronamiento en un estilo determinado. Tanto que esta indefinición les ha permitido tocar con bandas como Placebo, Korn, InMe, The Libertines, Silverchair, The Bronx, The Icarus Line o Dashboard Confessional y aparecer en el cartel de festivales de la talla del “Reading/Leeds” o el “Sonicmania”.
En este, su primer disco flirtean entre el emo-rock más guitarrero y el brit-pop introspectivo. Realmente podemos decir que la banda no se encasilla en unos parámetros, lo que deviene en temas muy frescos y poco lineales. Por ejemplo The Exile destila glamour alternativo, similar a Muse o a My Chemical Romance si acaso. Uno de esos temas que desde la primera vez que suenan en el reproductor se convierten en clásicos, estribillos que resultan familiares a primera escucha.
Más desubicación encontramos en 9 Volter, que comienza repleta de tensión guitarrera y resulta uno de los temas más interesantes e innovadores, grave, desencantado, pegadizo… y además es el que recoge en su estribillo el nombre de la banda. Parecido ocurre en The Company Won´t Colour Me que comienza delicada mientras van aflorando los ritmos creando una espiral que se precipita hasta estallar en una pletórica y agresiva voz mientras juegan con riffs y breaks propios del metalcore.
El disco recoge pasajes especialmente metaleros, donde los riffs chirrían y la voz hurga en las llagas. Así lo demuestra la apertura del disco, Robot Rock que arranca con un poderoso riff que contrasta con una voz a medio camino ente el emo y el glam alternativo estilo de sus amigos Placebo. Otros temas de mucha pegada son Hatemail, a medio camino entre el hardcore y la melodía que recuerda a Glassjaw y Taproot, A Pearl Necklace For Her Majesty, que recoge de nuevo la afección de Matt Bellamy y la fusiona con riffs y percusiones metálicas o Second Class Citizen, cuyos estallidos de baterías, guitarras y voz furibunda le ganan el calificativo de rock alternativo crudo y épico.
Todo un lujo de debut para quienes siempre hayan preferido a Muse, Placebo o My Vitriol de entre los sonidos provenientes de la Gran Bretaña. Una propuesta que, impulsada por las nuevas corrientes del indefinido emo puede hacerles triunfar cualquier día de estos, ya que singles no les faltan precisamente y sus similitudes pueden oscilar entre bandas tan dispares como At The Drive-In o los Lostprophets y sus influencias en definitiva todo el buen rock de los 90 a esta parte. Un conjunto difuso que Steve Osborne (U2, New Order) se ha encargado de ordenar.