Años han pasado desde que Hüsker Dü dejaran un vacío tanto en el mundo del hardcore como en el del indie-rock. Bastantes han pasado de hecho desde que Sugar hicieran lo propio en el universo del power-pop ruidoso. Por ello sorprende que tanto después y con algunas decepciones de por medio, la carrera en solitario de Bob Mould no sólo ha mantenido el interés, sino que parece mejor encauzada de lo que podría pensarse. O para ser más claro, Mould firma con este «District Line» un disco que aspira a estar en la mejor onda de Sugar, lo que lo convierte posiblemente en su mejor disco en solitario. Aunque eso no significa que no haya peros.
La música de Bob Mould ha madurado, se muestra más relajado y confiado. Esto es algo que ha afectado a la producción, que en los temas de corte más pop bascula entre luminarias del pop, tanto indie (Death Cab For Cutie) como abiertamente comercial (U2). Esto es apreciable desde la sensibilidad de «Stupid Now» que abre el disco con su limpia factura y un poderoso estribillo cuyo clima es arruinado por filtrados de voz que suenan como la antítesis de lo que fueran Hüsker Dü. Si, dan miedo y no será la única prueba de fuego a que nos someterá el disco, pero merecerá la pena. «Who Needs To Dream» por ejemplo, ya es otra cosa y bajo su brillante barniz se aprecia una composición clásica de marca Mould, de un toque optimista que enamora.
El disco también puntúa sobre la media en sus dos ejercicios de folk-pop, siendo además en los que más se recrea en cuanto a duración. Una de ellas es «Again and Again», reflexivo pop de carácter amable con algo de nostalgia pero mirando hacia el frente. La segunda, de aires notablemente más tristones, cierra el disco con una guitarra acústica y un épico fondo de cello que recoge ecos de unos R.E.M. algo más ampulosos. Aún con todo es Bob Mould en su estado más minimalista y convence.
Para lo que el viejo fan tiene que prepararse es para «Old Highs New Lows», por ejemplo. Una balada repleta de electrónica tintineante, abiertamente mainstream que cuando llega ese estribillo con vocoder no se puede evitar pensar que ha ido demasiado lejos. No sé si hay mayor enemigo del rock (y más aún del indie-rock) que el vocoder que tanto obsesiona al músico. Pero la cosa se arruina hasta lo indecible con el house de «Shelter Me», con el que Bob Mould se enfunda la camiseta ajustada y se va a un club gay (lo siento, pero el cliché lo pone él). Después de este número totalmente fuera de tono, «Miniature Parade» con sus ritmos sintéticos se puede hasta tolerar.
Podríamos entender «District Line» como la música del que fuera responsable de Sugar después de haber entrado en contacto con la eclectrónica de club, el house, el encontrarse a sí mismo (mejor estaba perdido, pero bueno) y la crisis de los cuarenta. Lo mejor del disco son los tres cuartos que nos recuerdan a los mejores momentos de Sugar. Lo peor es notar que salvo un par de excepciones, podríamos estar ante un disco del año, como lo fuera el de Dinosaur Jr. la pasada temporada. O dicho de otra forma, Bob Mould arruina con su parafernalia de producción sus propias y notables canciones.